—Eso es —convine—. Pero así son los hombres. Ni el uno por ciento de ellos se para a considerar qué es lo que le conviene. Aunque en este caso no puede culpar del todo al doctor Leidner. La pobre señorita Johnson no tiene grandes atractivos. Y la señora Leidner era hermosa de verdad... no muy joven, desde luego. iOh!, me hubiese gustado que la hubiera conocido. Había en ella un no sé qué... Recuerdo que el señor Coleman la describió como una... no recuerdo su nombre... que saliera para encantar a la gente y llevársela con ella a los pantanos. No fue una forma muy feliz de describirla, pero... bueno, tal vez se reirá usted de mí, pero había algo en ella que no era... de este mundo.
—Podía hechizar a la gente... Sí, ya lo entiendo —dijo Poirot
—No creo que ella y el señor Carey se llevaran muy bien —proseguí Me parece que también él sentía celos, como la señorita Johnson. Trataba con mucho cumplido a la señora Leidner, e igual hacía ésta. Ya sabe... en la mesa le pasaba muy cortésmente las cosas, y lo trataba de "señor Carey" con mucha formalidad. Era un viejo amigo de su marido y, desde luego, hay algunas mujeres que no soportan a las antiguas amistades de sus esposos. No les gusta pensar que alguien los conoció antes que ellas. Creo que me he embrollado al describirlo, pero me figuro que es así...
—Lo comprendo perfectamente. ¿Y los tres jóvenes? Coleman, según me ha dicho usted, sentía inclinación a poetizar acerca de ella.
No pude aguantar la risa.
—Fue algo divertido, monsieur Poirot —repuso—. Por que es un joven tan poco dado a idealismos...
—¿Y los otros dos?
—No sé, en realidad, qué pensar acerca del señor Emmott. Es muy sosegado y no habla más de lo necesario. La señora Leidner fue siempre muy amable con él. Quería demostrarle su amistad llamándole David y fastidiándole acerca de la señorita Reilly y cosas parecidas.
—¿De veras? ¿Y le gustaba a él esto?
—No estoy segura —dije con incertidumbre—. Se limitaba a mirarla de una forma bastante curiosa. No podía decirse qué era lo que estaba pensando él.
—¿Y el señor Reiter?
—En algunas ocasiones no lo trataba con mucha amabilidad repliqué—. Creo que el joven le atacaba los nervios. Ella solía dirigirle algunos sarcasmos.
—¿Le importaba a él?
—El pobre se ponía colorado. No creo que ella pretendiera ensañarse con el chico.
Y entonces, de pronto, en vez de sentir compasión por el muchacho, se me ocurrió que muy bien podía ser un asesino a sangre fría, que hasta entonces había representado una comedia.
—i Oh, monsieur Poirot! —exclamé—. ¿Qué cree usted que sucedió?
Sacudió la cabeza lentamente.
—Dígame —preguntó—. ¿No tiene miedo de volver allá esta noche?
—i Oh, no! —respondí—. Recuerdo lo que dijo usted; pero ¿quién puede desear mi muerte?
—No creo que haya nadie que la desee —respondió despacio—. Por eso, en parte, tenía yo tanto interés en Oir lo que tuviera que contarme. Creo... mejor dicho, estoy seguro de que no corre usted ningún peligro.
—Si alguien me hubiera dicho en Bagdad... —me detuve.
—¿Oyó alguna habladuría acerca de los Leidner y su expedición antes de llegar aquí? —preguntó.
Le di a conocer el apodo que le habían puesto a la señora Leidner y le conté, por encima, todo lo que la señora Kelsey había dicho de ella.
Estaba a mitad de mi relato cuando se abrió la puerta y entró la señorita Reilly. Venía de jugar al tenis y llevaba una raqueta en la mano. Supuse que se la habían presentado a Poirot cuando llegó a Hassanieh. Me saludó con sus maneras bruscas y cogió un emparedado.
—Bien, monsieur Poirot —dijo—, ¿qué tal va nuestro misterio?
—No muy deprisa, mademoiselle.
—Ya veo que rescató de la catástrofe a la enfermera.
—La enfermera Leatheran me ha proporcionado valiosa información sobre los que componen la expedición. Y, de paso, me he enterado de muchas cosas... acerca de la víctima. Y ya sabe, mademoiselle, que la víctima es a menudo la clave del misterio.
—Es usted muy listo, monsieur Poirot —dijo la señorita Reilly—. No hay duda de que, si jamás existió una mujer que mereciera que la asesinaran, esa mujer era la señora Leidner.
—i Señorita Reilly! —exclamé, escandalizada.
Lanzó una breve y cruel risotada.