—¿Y su marido? —preguntó Poirot
—Ella nunca quiso lastimarle —respondió lentamente la señorita Reilly—. Jamás vi que lo tratara con despego. Supongo que lo quería. El pobre no sale jamás de su propio mundo de excavaciones y teorías. La adoraba y creía que era perfecta. Eso podía haber molestado a cualquier mujer, pero a ella no. En cierto sentido, él vivía en el limbo... Pero a pesar de ello, no era tal limbo, pues su mujer era para él tal como la imaginaba. Aunque es dificil compaginar esto con...
Se detuvo.
—Prosiga, mademoiselle —dijo Poirot.
Ella se volvió súbitamente hacia mí.
—¿Qué ha dicho de Richard Carey?
—¿De Richard Carey? —repetí asombrada.
—Sobre ella y de Carey.
—Pues he mencionado que no se llevaban muy bien... por las trazas.
Ante mi sorpresa, empezó a reír.
—iNo se llevaban bien! i Tonta! Estaba loco por ella. Esto le estaba trastornando porque apreciaba mucho a Leidner. Ha sido amigo suyo durante bastantes años. Aquello era suficiente para ella, desde luego. Bastó para que se interpusiera entre los dos. Pero, de todas formas, me había imaginado que...
—¿Eh bien?
La muchacha frunció el ceño, absorta en sus pensamientos.
—Me pareció que, por una vez, había llegado demasiado lejos; que no sólo había mordido, sino que la habían mordido. Carey es atractivo; muy atractivo... Ella era una diablesa frígida... pero creo que debió perder su frigidez con él.
—iEso que acaba de decir es una calumnia! —exclamé—. iSi casi no se hablaban!
iOh! ¿De veras? —se volvió hacia mí—. Veo que sabe mucho acerca de ello. Se trataban de "señor" y "señora" dentro de casa, pero solían entrevistarse en el campo. Ella bajaba al río, por la senda, y él abandonaba las excavaciones durante una hora. Se encontraban en la plantación de árboles frutales.
»Le vi en una ocasión cuando la dejaba, caminando hacia el montículo, mientras ella se quedaba mirando cómo se alejaba. Supongo que mi conducta no fue muy discreta. Llevaba conmigo unos prismáticos y con ellos contemplé a mi gusto la cara de Louise. Si he de decirle la verdad, creo que a ella le gustaba un rato largo el tal Richard Carey...
Calló y miró a Poirot.
—Perdone que me entrometa en su caso —dijo haciendo un repentino gesto—, pero creí que le gustaría conseguir una buena descripción colorista de lo que pasaba aquí.
Y sin más salió de la habitación.
—iMonsieur Poirot! —exclamé—. No creo ni una palabra de lo que ha dicho.
Me miró y sonrió. Luego, con un acento extraño, según me pareció, dijo:
—No puede usted negar, enfermera, que la señorita Reilly arrojó cierta... luz sobre el caso.