Guardó silencio durante un momento y luego prosiguió:
—iNunca fue una mujer agradable!
No discutí aquel punto. Estaba convencida de que la señorita Johnson y la señora Leidner jamás se tuvieron simpatía.
En mi fuero interno estaba convencida de que la señorita Johnson se alegró secretamente de la muerte de la señora Leidner y ahora quizá se había avergonzado de tal pensamiento.
—Bueno; duérmase y deje de preocuparse por ello —le aconsejé.
Recogí unas cuantas cosas y arreglé un poco la habitación. Puse las medias en el respaldo de una silla y coloqué en un colgador la falda y la chaqueta. Vi en el suelo una pelotita de papel que debió caerse de un bolsillo.
Lo estaba alisando, para ver si no tenía importancia y podía tirarlo, cuando la señorita Johnson, con un tono que me hizo sobresaltar, exclamó:
—il)eme eso!
Así lo hice, un tanto sorprendida por el modo perentorio que empleó. Me arrebató el papel de las manos y luego lo acercó a la llama de la vela hasta que Io redujo a cenizas.
Me quedé mirándolo fijamente.
No había tenido tiempo de ver lo que había escrito en el papel, pues me lo arrebató antes de que pudiera hacerlo. Pero cuando el papel estaba quemándose se retorció de manera que pude ver con relativa facilidad unas palabras escritas a mano.
Hasta que me metí en la cama, me estuve preguntando por qué aquella escritura me resultaba familiar. Y entonces me di cuenta de ello.
Era la misma que vi en las cartas anónimas.
¿Fue eso lo que produjo el remordimiento de la señorita Johnson? ¿Era ella la que había escrito los anónimos?