—iQué cosa tan rara! —exclamó la señorita Johnson—. No la había visto antes. ¿Cómo estaba ahí? ¿Qué es?
—De cómo llegó aquí... bueno... podemos considerar que cualquier sitio es bueno para esconder una cosa. Supongo que este armario no se hubiera vaciado hasta el final de la temporada. Y en cuanto a lo que es... creo que no resulta dificil de explicar. Aquí tenemos la cara que la señora Leidner describió. La cara fantasmal vista de noche, en la ventana, como si bailara en el aire.
La señora Mercado soltó un ligero chillido.
La señorita Johnson había palidecido súbitamente hasta los labios.
—Entonces, no eran fantasías —murmuró—. Era un engaño.. un inicuo engaño. Pero, ¿quién lo cometió?
—Sí —exclamó la señora Mercado—. ¿Quién pudo hacer una cosa tan indigna?
Poirot no intentó contestar. Tenía la cara torva y ceñuda cuando entró en el almacén y volvió a salir llevando en la mano una caja de cartón vacía. Puso la máscara dentro de ella.
—La policía debe ver esto —explicó.
—iEs terrible! —dijo la señorita Johnson en voz baja.
—iHorrible!
—¿Cree usted que hay más cosas escondidas por aquí? —exclamó la señora Mercado con voz chillona—. ¿Cree que acaso el arma.. la porra con que la mataron, todavía manchada de sangre... tal vez...? iOh! Estoy asustada... muy asustada.
La señorita Johnson la cogió rápida, bruscamente, por el hombro.
—i Cállese! —gritó furiosamente—. Ahí viene el doctor Leidner. No debemos marearle más.
El coche entraba en aquel momento en el patio. El doctor Leidner se apeó y vino hacia la sala de estar. La fatiga se le marcaba en el rostro y parecía tener doble edad de la que aparentaba tres días antes. Con voz tranquila anunció:
—El entierro se celebra mañana. El mayor Doane leerá el oficio. La señora Mercado balbuceó algo y salió fuera de la habitación.
El arqueólogo preguntó a la señorita Johnson:
—¿Vendrás, Anne?
Y ella contestó:
—Claro que sí. Iremos todos, como es natural.
No dijo nada más, pero su cara expresó lo que su voz era incapaz de hacer: afecto y momentánea ternura.
—Mi buena Anne —dijo él—. iCuánta ayuda y consuelo encuentro en ti...!
Le puso una mano sobre el brazo y vi cómo el sonrojo crecía en la cara de la dama, mientras murmuraba con su voz gruñona de costumbre:
—Está bien.
Pero divisé un rápido destello en su mirada y comprendí que, por un momento, Anne Johnson había sido una mujer completamente feliz.
Otra idea cruzó por mi pensamiento. Tal vez dentro de poco, siguiendo el curso natural de las cosas y contando con la simpatía que sentía hacia su viejo amigo, podía pensarse en un final venturoso.