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Capítulo XXVII En el principio de un viaje(1)

时间:2023-10-13来源:互联网  进入西班牙语论坛
核心提示:Captulo XXVIIEn el principio de un viajeBismillahi ar rahman ar rahim. Ésta es la frase que los rabes emplean ant
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Capítulo XXVII

En el principio de un viaje

—Bismillahi ar rahman ar rahim. Ésta es la frase que los árabes emplean antes de emprender un viaje. Eh bien, nosotros también empezamos uno. Un viaje al pasado. Un viaje a esos lugares recónditos del alma humana.

No creo que hasta aquel momento hubiera yo experimentado el llamado "encanto del Oriente". Con franqueza, lo que más me impresionó de él fue la suciedad y la confusión que encontraba por todas partes. Pero de pronto, al oír las palabras de monsieur Poirot, una extraña visión pareció surgir ante mis ojos. Me acordé de palabras como Samarcanda e Ispahán... de mercaderes de luengas barbas... de camellos arrodillados... y tambaleantes portadores que llevaban grandes bultos a la espalda, sujetos con una correa pasada por su frente; y mujeres de pelo teñido con alheña y cara tatuada, lavando ropa al lado del Tigris. Oí sus extraños y sollozantes cantos y el lejano chirrido de la noria. Eran, en su mayoría, cosas que yo había visto y oído, pero en las que no me había fijado. Mas ahora me parecían diferentes; como ocurre cuando se saca a la luz un objeto viejo y se aprecian de pronto los ricos colores y la filigrana de un bordado antiguo..

Di una ojeada a mi alrededor y me asaltó el pensamiento de que lo que acababa de decir monsieur Poirot era cierto. Estábamos empezando un viaje. Nos encontrábamos entonces todos reunidos, pero nos dirigíamos a distintos sitios.

Contemplé a cada uno como si en cierto aspecto los viera por primera... y por última vez. Parecerá estúpido, pero tal fue lo que sentí.

El señor Mercado se retorcía los dedos nerviosamente. Sus extraños ojos claros, de dilatadas pupilas, estaban fijos en Poirot. La señora Mercado no perdía de vista a su marido. Tenía un aspecto raro, como el de un tigre dispuesto a saltar. El doctor Leidner parecía haberse encogido. Este último golpe lo había destruido. Podía decirse que no estaba en aquella habitación. Se encontraba en un sitio muy lejano, de su exclusiva propiedad. El señor Coleman miraba fijamente al detective. Tenía la boca ligeramente abierta, y los ojos parecían salírsele de las órbitas, con una expresión medio atontada. El señor Emmott tenía la vista fija en la punta de sus zapatos y no pude verle claramente la cara. El señor Reiter parecía estar aturdido. Con los labios fruncidos, como si fuera a echarse a llorar, se parecía más que nunca a un cochinillo.

La señorita Reilly seguía mirando por la ventana. No sé en qué estaría pensando.

Luego observé al señor Carey, pero la expresión de su cara me lastimó y aparté la mirada. Allí estábamos todos. Tuve el presentimiento de que cuando monsieur Poirot acabara de hablar, todos seríamos diferentes por completo... Era una sensación extraña...

Poirot siguió hablando sosegadamente. Sus palabras eran como el agua de un río que discurre apacible... camino del mar.

—Desde el principio me di cuenta de que para comprender este caso no debían buscarse pistas o signos aparentes, sino la verdadera pista del conflicto entre personalidades y de los secretos del amor.

»Debo confesar que, aunque he conseguido hallar lo que yo considero que es la verdadera solución del caso, no tengo pruebas materiales en que apoyarme. Sé que es así, porque debe ser así. Porque de ninguna otra manera pueden ajustarse los hechos y quedar ordenados donde corresponden.

Hizo una pausa y luego prosiguió:

—Empezaré mi recorrido en el momento en que me ocupé del asunto; cuando se me expuso como un hecho consumado. Cada caso, en mi opinión, tiene un aspecto y una forma. El nuestro giraba todo él alrededor de la personalidad de la señora Leidner. Hasta que no se supiera exactamente qué clase de mujer era, no sería capaz de decir por qué fue asesinada y quién la mató.

»Este, pues, fue mi punto de partida. Su personalidad.

»Había también otro punto interesante, bajo un aspecto psicológico. El curioso estado de tensión que existía, según me describieron, entre los de la expedición. Esto lo confirmaron varios testigos, algunos de ellos ajenos a esta casa; y yo tomé nota de ello, pues también era un punto de partida, y aunque débil, debía tenerlo presente en el curso de la investigación.

»La opinión general parecía ser que aquello era el resultado de la influencia de la señora Leidner sobre los demás componentes de la expedición; pero por razones que más tarde expondré, esto no me parecía aceptable.

»Para empezar, como dije, me concentré sólo y exclusivamente en la personalidad de la señora Leidner. Tenía varios medios para ello. Podía comprobar las reacciones que producía ella en cierto número de personas, diferenciadas grandemente entre sí, tanto en carácter como en temperamento; y además, contaba con todo lo que podía recoger yo con mi propia observación. El alcance de esto último era limitado. Pero me enteré de ciertos hechos.

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