Con la llegada del señor Inglethorp, una especie de hostilidad velada se adueñó de la reunión.
Sobre todo la señorita Howard no se molestó en ocultar sus sentimientos. Sin embargo, la señora
Inglethorp no parecía darse cuenta de ello. Su volubilidad no había perdido nada con el transcurso
de los años y habló incansablemente, sobre todo de la tómbola que estaba organizando y que
tendría lugar muy pronto. De vez en cuando se dirigía a su marido para preguntarle algo
relacionado con horarios y fechas. Él no abandonó su actitud vigilante y atenta. Desde el primer
momento me disgustó sobremanera; y me ufano de juzgar certeramente a primera vista. Poco
después, la señora Inglethorp se volvió a Evelyn Howard para darle instrucciones sobre unas
cartas y su marido se dirigió a mí con su bien timbrada voz:
—¿Es usted militar de carrera, señor Hastings?
—No; antes de la guerra estaba en la Compañía de seguros Lloyd's.
—¿Y volverá usted allí cuando termine la guerra?
—Puede ser. Aunque quizás empiece algo nuevo.
Mary Cavendish se inclinó.
—Si le fuera posible seguir sus inclinaciones, ¿qué profesión escogería usted?
—Depende de ciertas cosas.
—¿No tiene usted una afición secreta? —preguntó—. ¿No se siente atraído por nada? Casi
todos lo estamos, con frecuencia por algo absurdo.
—Se reiría usted de mí si se lo dijera.
Mary Cavendish sonrió.
—Quizá.
—Siempre he sentido la secreta ambición de ser detective.
—¿Un auténtico detective de Scotland Yard, o un Sherlock Holmes?
—Sherlock Holmes, por supuesto. Pero hablando en serio, es algo que me atrae enormemente.
Conocí en Bélgica a un detective muy famoso, que me entusiasmó por completo. Era maravilloso.
Decía siempre que el trabajo de un buen detective es únicamente cuestión de método. Mi sistema
está basado en el suyo, aunque, por supuesto, lo he mejorado mucho. Era un hombre muy
divertido, un dandy, pero maravillosamente hábil.
—Me gustan las buenas historias policíacas —observó la señorita Howard—. Sin embargo,
son un montón de tonterías muchas veces. El criminal, descubierto en el último capítulo. Todo el
mundo equivocado. En el crimen real se sabe en seguida.
—Gran número de crímenes han quedado sin aclarar — repliqué.
—No quiero decir la policía, sino la gente que está dentro del crimen. La familia. Ellos no se
engañan. Lo saben todo.
—¿Entonces usted cree —dije, muy divertido—, que si se viera mezclada en un crimen,
digamos un asesinato, descubriría usted inmediatamente al asesino?
—Por supuesto no podría probarlo a los abogados. Pero yo creo que lo sabría. Si se me
acercaba el asesino, lo notaría en el aire.
—Podría ser «la» asesina — sugerí. —Podría. Pero el asesinato es algo violento. Más a
menudo es asociado con la idea del hombre.
—Salvo en caso de veneno —la voz de la señora Cavendish me sobresaltó—. El doctor
Bauerstein decía ayer que es muy probable que haya habido innumerables envenenamientos por
completo insospechados, debido a la ignorancia de los métodos cuando se trata de venenos poco
comunes.
—¡Por Dios, Mary, qué conversación tan horrible! —exclamó la señora Inglethorp—. Me
estáis espeluznando. ¡Aquí viene Cynthia!
Una muchacha con uniforme de enfermera cruzó rápidamente el césped.