—Está usted segura de que era la voz del señor Ingelthorp la que oyó?
—¡Oh, sí, señor! ¿De quién iba a ser, si no?
—Bien. ¿Qué ocurrió después?
—Más tarde volví al vestíbulo, pero todo estaba tranquilo. A las cinco, la señora Inglethorp
tocó la campanilla y me dijo que le llevara una taza de té al boudoir, nada de comer. Tenía un
aspecto espantoso estaba muy pálida y como trastornada. «Dorcas», me dijo, «he tenido un
disgusto horrible». «Lo siento, señora», dije yo, «sé sentirá usted mejor después de tomar una
tacita de té, señora». Tenía algo en la mano. No sé si era una carta o sólo un trozo de papel, pero
había algo escrito en él y la señora lo miraba como si no pudiera creer lo que estaba leyendo.
Hablaba para sí entre dientes, parecía que había olvidado que yo estaba allí. «Sólo estas palabras y
todo ha cambiado.» Entonces me dijo: «Nunca confíes en un hombre, Dorcas no lo merecen.» Salí
corriendo y le llevé una buena taza de té fuerte. Me dio las gracias, diciendo que se sentiría mejor
después de haberlo tomado. «No sé qué hacer», dijo. «El escándalo en un matrimonio es una cosa
horrible, Dorcas. Lo ocultaría todo, si pudiera.» La señora Cavendish entró en aquel momento y ya
no me dijo nada más.
—¿Tenía todavía la carta, o lo que fuera, en la mano?
—Sí, señor.
—¿Qué cree usted que haría con ella después?
—No lo sé, señor. Supongo que la guardaría en su caja morada.
—¿Era ahí donde acostumbraba a guardar los papeles importantes?
—Sí, señor. La bajaba con ella todas las mañanas y la volvía a subir por la noche.
—¿Cuándo perdió la llave de la caja?
—La perdió ayer, a la hora de almorzar, señor, y me dijo que la buscara por todas partes.
Estaba muy angustiada por la pérdida.
—Pero ¿no tenía duplicado de la llave?
—Sí, señor.
Dorcas miraba a Poirot con curiosidad y, si he de decir la verdad, también yo estaba
interesado. ¿Qué significaba todo aquello de la llave perdida? Poirot sonrió.
—No tiene importancia, Dorcas. Mi trabajo consiste en enterarme de las cosas. ¿Es esta la
llave perdida?
Sacó de su bolsillo la llave que había encontrado en la cerradura de la caja de documentos.
Parecía que los ojos de Dorcas iban a salirse de las órbitas.
—Sí, señor; claro que es ésa. Pero ¿dónde la encontró usted? La busqué por todas partes.
—¡Ah, pero es que ayer no estaba donde estaba hoy! Y ahora, cambiando de tema, ¿tenía su
señora un traje de color verde oscuro en su guardarropa? Dorcas se sobresaltó ante lo inesperado
de la pregunta.
—No, señor.
—¿Está usted segura?
—Desde luego, señor.
—¿Tiene alguien en la casa un traje verde? Dorcas reflexionó.
—Miss Cynthia tiene un traje de noche verde.
—¿Verde claro o verde oscuro?
—Verde claro, señor una especie de chiffon, creo que lo llaman.
—No, no es eso lo que quiero. ¿Y nadie más tiene nada verde?
— No, señor; que yo sepa, al menos. El rostro de Poirot no traicionó si estaba o no
desilusionado. Sólo observó:
—Bueno, dejemos esto y pasemos adelante. ¿Cree usted que su señora tenía intención de
tomar anoche polvos de dormir?