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当前位置: 首页 » 西班牙语阅读 » 阿加莎·克里斯蒂作品集 » El Misterioso Caso de Styles斯泰尔斯庄园奇案 » 正文

Capítulo 5 - No fue con estricnina, ¿verdad?(1)

时间:2023-12-18来源:互联网  进入西班牙语论坛
核心提示:Captulo 5 - No fue con estricnina, verdad?Dnde lo ha encontrado usted?pregunt a Poirot con viva curiosidad.En el cesto d
(单词翻译:双击或拖选)

Capítulo 5 - No fue con estricnina, ¿verdad?

—¿Dónde lo ha encontrado usted? — pregunté a Poirot con viva curiosidad.

—En el cesto de los papeles. ¿Reconoce usted la letra?

—Sí, es de la señora Inglethorp. Pero ¿qué significa? Poirot se encogió de hombros.

—No sé, pero sugiere muchas cosas. Una idea disparatada cruzó por mi mente como un

relámpago. ¿Sería posible que la señora Inglethorp tuviera perturbadas sus facultades mentales?

¿Tendría una absurda manía de posesión? Y siendo así, ¿no se habría suicidado?

Estaba a punto de expresar a Poirot estas teorías, pero sus palabras me distrajeron.

—Vamos a examinar las tazas de café — dijo.

—Pero, ¡querido Poirot! ¿Qué importancia tiene eso ahora que sabemos lo del chocolate?

-Oh, la, lá! El pobre chocolate — exclamó Poirot ligeramente.

Y se rió muy divertido, levantando los brazos al cielo, con cómica desesperación, actitud que

me pareció del peor gusto.

—De todos modos —dije acentuando mi frialdad—, desde el momento en que fue la propia

señora Inglethorp la que subió su café, no sé qué es lo que espera usted encontrar en él, como no

sea un paquete de estricnina en la bandeja.

Poirot se serenó inmediatamente.

— ¡Vamos, vamos, amigo mío! — dijo, cogiéndome del brazo —. Ne vous - fachez pas!

Permítame que me interese en mis tazas de café y yo respetaré su chocolate. ¿De acuerdo?

Parecía tan sumamente divertido, que no tuve más remedio que reírme y fuimos juntos al

salón, donde seguían las tazas de café y la bandeja, tal como antes las habíamos dejado.

Poirot me hizo reconstruir la escena de la noche anterior, escuchándome con mucha atención y

comprobando la posición de las diversas tazas.

— De modo que la señora Cavendish estaba junto a la bandeja y sirvió el café. Eso es.

Entonces se acercó a la ventana, donde estaban usted y mademoiselle Cynthia. Aquí están las tres

tazas. Y la taza de la repisa de la chimenea, a medio tomar, será la del señor Lawrence Cavendish.

¿Y la de la bandeja?

—Es la de John Cavendish. Le vi dejarla allí.

—Bien. Una, dos, tres, cuatro, cinco...; pero... ¿dónde está la del señor Inglethorp?

—Él no toma café.

—Entonces todo está en regla. Un momento, amigo mío. Con infinito cuidado tomó un granito

o dos de los posos de cada taza, sellándolos en tubos de ensayos separados, después de probar uno

tras otro. Su fisonomía sufrió una transformación extraña, adquiriendo una expresión mitad de

desconcierto, mitad de alivio.

—¡Bien! —dijo finalmente—. Es evidente. Tenía una idea, pero está claro que era equivocada.

Sí, completamente equivocada. Sin embargo, es extraño. Pero no importa.

Con un encogimiento de hombros característico desechó la idea que le importunaba,

cualquiera que fuera. Pude haberle dicho que aquella obsesión suya por el café estaba destinada

desde el principio a terminar en un callejón sin salida, pero me mordí la lengua. Aunque

envejecido, Poirot había sido un gran hombre en sus tiempos.

—El desayuno está listo —dijo John Cavendish, que venía del vestíbulo—. ¿Desayunará usted

con nosotros, monsieur Poirot?

Poirot asintió. Observé a John. Había recuperado casi por completo su ser habitual. La

impresión de los sucesos de la noche anterior le habían afectado temporalmente, pero su equilibrio

se había restablecido. Era un hombre de muy pobre imaginación, en vivo contraste con su

hermano, que quizá tenía demasiada.

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