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当前位置: 首页 » 西班牙语阅读 » 阿加莎·克里斯蒂作品集 » El Misterioso Caso de Styles斯泰尔斯庄园奇案 » 正文

Capítulo 5 - No fue con estricnina, ¿verdad?(13)

时间:2023-12-18来源:互联网  进入西班牙语论坛
核心提示:No, no digo que haya ocurrido as, pero pudo ocurrir. Y ahora volviendo a otro aspecto delasunto, qu cree usted de las pa
(单词翻译:双击或拖选)

No, no digo que haya ocurrido así, pero pudo ocurrir. Y ahora volviendo a otro aspecto del

asunto, ¿qué cree usted de las palabras que oyó entre la señora Cavendish y su madre política?

Lo había olvidado dije pensativo. Sigue siendo un enigma. Parece increíble que una

mujer como la señora Cavendish, tan orgullosa y reservada, haya tratado tan violentamente de

mezclarse en lo que no era de su incumbencia.

Exactamente. Es sorprendente en una mujer de su educación.

Muy extraño concedí. De todos modos, no tiene importancia y no debemos tomarlo en

consideración. Poirot lanzó un gruñido.

—¿Qué es lo que siempre le he dicho a usted? Todo debe ser tomado en consideración. Si un

hecho no encaja en la teoría, deje que la teoría siga adelante.

Bueno, ya veremos dije, picado.

Eso es ya veremos.

Habíamos llegado a Leastways Cottage y Poirot me condujo escaleras arriba hasta su cuarto.

Me ofreció uno de los diminutos cigarrillos rusos que fumaba de vez en cuando. Me hizo gracia el

verle colocar con todo cuidado las cerillas en un pequeño cacharro de porcelana. Se me había

pasado mi pequeño enfado.

Poirot había colocado nuestras sillas frente a la ventana abierta, por la que se divisaba una

vista de la calle del pueblo. El aire que entraba era puro, tibio y agradable. Iba a ser un día de

calor.

De pronto llamó mi atención un joven de aspecto enfermizo que bajaba la calle a paso muy

rápido. Lo extraordinario en él era su expresión, en la que se mezclaban la agitación y terror.

—¡Mire, Poirot! dije. Poirot se inclinó sobre la ventana.

Tiens! dijo. Es el señor Mace, el de la farmacia. Viene hacia aquí.

El joven se detuvo delante de Leastway Cottage y, después de una corta vacilación, golpeó

vigorosamente la puerta.

—¡Un momentito! gritó Poirot, asomándose, ¡Ya voy!

Haciéndome señas de que le siguiera, se precipitó escaleras abajo y abrió la puerta. El doctor

Mace empezó a hablar en el acto.

Señor Poirot, siento molestarle, pero he oído decir que acaban de llegar ustedes de la Casa.

En efecto.

El joven se humedeció los labios resecos. Su rostro mostraba una extraña agitación.

Todo el pueblo habla de la muerte tan repentina de la señora Inglethorp. Dice... Bajó la

voz cautelosamente. Dicen que fue vilmente envenenada. Poirot permaneció impasible.

Sólo los médicos pueden decirlo, señor Mace.

Sí, claro, naturalmente.

El joven titubeaba, pero su tensión nerviosa se hizo excesiva. Agarró a Poirot por un brazo y

su voz se convirtió en un susurro:

Dígame sólo una cosa, señor Poirot, no fue... no fue con estricnina, ¿verdad?

No pude oír bien lo que Poirot respondió, pero creería que se reservó su opinión. El joven se

marchó y Poirot se quedó mirando, mientras cerraba la puerta.

dijo en voz grave. Tiene algo que declarar en la indagatoria.

Subimos de nuevo lentamente. Iba a empezar a hablar, pero Poirot me detuvo con un gesto de

la mano.

Ahora no, ahora, no, amigo mío. Tengo que reflexionar. Tengo la mente en desorden. He de

concentrarme. Durante cosa de diez minutos permaneció en el más absoluto silencio,

completamente inmóvil, a no ser por ciertos movimientos expresivos de las cejas, y sus ojos iban

tornándose cada vez más verdes. Al fin, suspiró profundamente.

Ya está. Pasó el mal momento. Ahora todo está ordenado y clasificado . No debemos

consentir nunca que reine la confusión. No es que el caso esté claro todavía no. ¡Es de los más

complicados! ¡Me desconcierta a mí, a mí, a Hércules Poirot! Hay dos hechos de gran

importancia.

—¿Cuáles son?

El primero, el tiempo que hizo ayer. Esto es muy importante.

—¡Pero si hizo un día maravilloso! interrumpí. ¡Usted me está tomando el pelo!

En absoluto. El termómetro marcaba ayer cerca de 27 grados a la sombra. No lo olvide,

amigo mío. ¡Ahí está la clave del enigma!

—¿Y el otro detalle? pregunté.

El que el señor Inglethorp usa trapos muy extraños, tiene barba negra y usa gafas.

Poirot, no puedo creer que esté hablando en serio.

Completamente en serio, amigo mío.

—¡Pero esto es pueril!

No, es trascendental.

Y suponiendo que el Jurado pronuncie contra Alfred Inglethorp un veredicto de asesinato

premeditado, ¿dónde irán a parar sus teorías?

No se alteraría porque doce estúpidos cometan un error. Pero no ocurrirá eso. En primer

lugar, porque un jurado campesino no desea tomar decisiones de gran responsabilidad y el señor

Inglethorp ocupa prácticamente la posición del señor del lugar. Además añadió plácidamente,

yo no lo permitiré.

—¿Usted no lo permitirá?

No. Miré al extraordinario hombrecillo, entre irritado y divertido. Estaba completamente

seguro de si mismo. Como si leyera en mis pensamientos, insistió dulcemente:

Sí, sí, amigo mío, haré lo que le digo. Se levantó y puso una mano sobre mi hombre. Su

fisonomía había sufrido un cambio completo. Las lágrimas acudieron a sus ojos.

Ya ve usted, me acuerdo de la pobre señora Inglethorp, que está muerta. No es que fuera

muy querida, no; pero ha sido muy buena con nosotros los belgas y estoy en deuda con ella.

Traté de interrumpirle, pero Poirot continuó con dignidad:

Déjeme que le diga una cosa, Hastings. La pobre señora Inglethorp nunca me perdonaría si

yo permitiera que su marido fuera detenido ahora, cuando una palabra mía puede salvarlo.

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