De nuevo estalló su risa de loca; el doctor se adelantó y le dio un cachete en la cara.
Hipando y jadeando tragó saliva. Al cabo de un instante continuó:
—Gracias, doctor… ahora me encuentro mejor.
Su voz volvía a ser calmosa y recobró su actitud ponderada de profesora de cultura física. Dio
media vuelta y se dirigió hacia la cocina, diciendo:
—Miss Brent y yo prepararemos el desayuno. ¿Podrían traernos algunos trozos de leña para
encender la lumbre?
Los dedos del doctor habían dejado unas huellas sonrosadas en la mejilla de Vera.
Cuando desapareció, Blove dijo al doctor.
—¡Tiene usted la mano pesada!
—Era necesario, ya tenemos bastantes horrores para venirnos con crisis nerviosas —prorrumpió
a manera de excusa.
—¡Oh! Miss Claythorne no tiene nada de histérica —objetó Lombard.
—No, al contrario, veo en ella una joven muy sana de cuerpo y espíritu, pero con todas estas
emociones violentas eso le pasa a cualquiera.
Recogieron la poca leña que Rogers había partido y la llevaron a la cocina, donde estaban las
dos mujeres trabajando. Miss Brent vaciaba las cenizas del fogón, y Vera, con la ayuda de un
cuchillo, quitaba la grasa.
Emily dijo a los señores que le trajeron el combustible:
—Gracias, vamos a darnos prisa para que dentro de media hora esté todo dispuesto. Es preciso
ante todo hacer hervir el agua.
El inspector Blove preguntó a Philip Lombard con voz ronca:
—¿Sabe usted qué pienso?
—Desde el momento que usted piensa decírmelo es inútil que me rompa la cabeza adivinándolo
—replicó riendo.
El inspector era un hombre serio y que no admitía bromas; sin pestañear continuó:
— Esto me recuerda un caso que pasó en América. Un señor ya viejo y su mujer fueron
asesinados a hachazos, el drama tuvo lugar por la mañana y no había nadie en la casa más que su hija
y la criada. Durante el juicio se demostró que ésta no pudo cometer el asesinato, y en cuanto a la otra,
la hija, era una solterona de excelente reputación; se la reconoció igualmente inocente y jamás se
descubrió al culpable. Este caso lo he recordado al ver el hacha y la solterona tan tranquila en la
cocina, pues ni se ha inmutado. En cuanto a la joven, ¿qué más lógico que esta crisis nerviosa? ¿No
opina usted así?
—Puede ser —respondió lacónicamente Lombard.
Blove continuó:
—Pero la vieja, tan cuidadosa con su delantal… me recordaba a la señora Rogers cuando nos
decía: «El desayuno estará dispuesto dentro de media hora.» Me parece que está mujer está loca de
atar, pues casi todas estas solteronas terminan lo mismo. No quiero decir con esto que tengan la mano
homicida, pero sí que muchas pierden la cabeza. Empiezo a creer que miss Brent tiene una locura
mística, que se imagina ser el instrumento de la justicia divina o algo por el estilo. Cuando está en su
cuarto siempre lee la Biblia.
Philip Lombard lanzó un suspiro y declaró:
—Pero esto no es prueba de desequilibrio mental.
El inspector obstinóse:
—Esta mañana ha salido con un impermeable y nos dijo que había ido a ver el mar.
El otro bajó la cabeza, agregando:
— Rogers fue asesinado en las primeras horas de la mañana. Miss Brent no tenia ninguna
necesidad de pasearse por la isla unas horas después del crimen. Créame, el asesino de Rogers se las
ha arreglado para que le encontremos, esta mañana, durmiendo en su cama.
—Me atrevo a señalar, querido Lombard, que si esta mujer fuera inocente se hubiese asustado
de andar sola por la isla. Pero claro, si ella es culpable no tiene que temer de nadie; luego ella es la
criminal.
—Este argumento tiene su valor —dijo Lombard—. No había pensado en ello —y añadió
sonriendo—: Me place comprobar que usted no sospecha de mí.
Un poco confuso, Blove respondió:
—No le niego que al principio sospeché de usted… su revólver… la extraña historia que nos
contó… o mejor dicho que nos ocultó. Pero ahora me doy cuenta de que su inocencia ha quedado
bien patente.
—Espero que usted tendrá la misma certidumbre referente a mí.
—Puedo equivocarme —respondió Lombard—, pero no lo creo con imaginación suficiente para
la realización y preparación de todos estos horrores que estamos viviendo. Si usted fuera el culpable,
admitiría su gran talento de actor, y ante éste tendría que quitarme el sombrero. Entre nosotros,
Blove, y ya que antes de que termine el día es probable que no seamos más que dos cadáveres,
¿estuvo usted de veras complicado en aquel asunto de falsos testimonios?
Muy molesto Blove respondió:
—¡Ahora ya no me importa! Pues bien, sí. Landor era inocente, pero la cuadrilla de bandidos me
amenazó y tuve que encerrarlo por un año. Claro que todo esto es confidencial, pues a no ser por las
circunstancias… jamás lo hubiese dicho…