Capítulo III
Habladurías
Se convino en que yo iría a Tell Yarimjah a la semana siguiente.
La señora Kelsey estaba acomodándose en su nueva casa de Alwiyah, y me alegré de poder ayudarla en algo. Durante aquellos días tuve ocasión de oír una o dos alusiones a la expedición de Leidner. Un amigo de la señora Kelsey, un joven militar, frunció los labios sorprendido y exclamó:
—iLa "adorable" Louise! iAsí que ésa es la última de las suyas! —se volvió hacia mí—. Es el apodo que le hemos puesto, enfermera. Siempre se la ha conocido como la "adorable" Louise.
—¿Tan guapa es, entonces? —pregunté.
—Eso es valorarla según su propia estimación. iElla cree que lo es!
—No seas vengativo, John —intervino la señora Kelsey—. Ya sabes que no es ella sola la que piensa así. Mucha gente ha sucumbido a sus encantos.
—Tal vez tengas razón. Sus dientes son un poco largos, pero es atrayente a su manera.
—A ti también te hace ir de cabeza —comentó la señora Kelsey, riendo.
El militar se sonrojó y admitió, algo avergonzado:
—Bueno, hay algo en ella que atrae. Leidner venera hasta el suelo que ella pisa... y el resto de la expedición tiene que venerarlo también. Es una cosa que se espera de ellos.
—¿Cuántos son en total? —pregunté.
—Muchos y de todas clases y nacionalidades, enfermera —replicó el joven alegremente—. Un arquitecto inglés, un cura francés, de Cartago, que es el que trabaja con las inscripciones, las tablillas y cosas parecidas, ya sabe. Luego está la señorita Johnson. También es inglesa y una especie de remendona de todos los cachivaches que desentierran. Un hombrecillo regordete que hace las fotografias... es americano. Y los Mercado. Sólo Dios sabe de qué nacionalidad son... de alguna especie. Ella es muy joven y de aspecto solapado. i Y de qué forma odia a la "adorable" Louise! Después tenemos a un par de jóvenes que completan el grupo. Forman una colección bastante rara, pero agradable en su conjunto... ¿no le parece, Pennyman?
Se dirigió a un hombre de bastante edad, que estabasentado, mientras hacía dar vueltas con aire distraído a unas gafas de pinza.
El interpelado pareció sobresaltarse y levantó la mirada.
—Sí... sí... muy agradables. Es decir, considerándolos individualmente. Desde luego, Mercado parece un pájaro bastante raro...
—iQué barba tan extraña! —comentó la señora Kelsey—. Es una de esas barbas fláccidas, tan raras... tan singulares...
El mayor Pennyman prosiguió, sin darse cuenta, al parecer, de la interrupción:
—Los dos jóvenes son agradables. El americano es más bien reservado y el inglés habla en demasía. Es curioso, pues por lo general suele ser al contrario. El propio Leidner es un hombre modesto y nada engreído. Sí, individualmente son gente agradable. Pero de cualquier forma, y tal vez sean imaginaciones mías, la última vez que fui a verlos me dio la impresión de que algo no iba bien entre ellos. No sé qué fue exactamente... pero nadie parecía ser el mismo. Se notaba cierta tensión en la atmósfera. Lo explicaré mejor diciendo que se pasaban la mantequilla de unos a otros con demasiada cortesía.
Sonrojándome ligeramente, pues no me gusta sacar a relucir mis propias opiniones, dije: