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当前位置: 首页 » 西班牙语阅读 » 阿加莎·克里斯蒂作品集 » Asesinato en Mesopotamia 古墓之谜 » 正文

Capítulo VI La primera velada(4)

时间:2023-09-28来源:互联网  进入西班牙语论坛
核心提示:La seora Mercado sigui hablando mientras me miraba de soslayo.Es una mujer de aspecto romntico, no lo cree as, enfermera
(单词翻译:双击或拖选)

La señora Mercado siguió hablando mientras me miraba de soslayo.

—Es una mujer de aspecto romántico, ¿no lo cree así, enfermera? La clase de mujer a la que siempre suceden cosas raras.

—¿Cuántas le han ocurrido? —pregunté.

—Su primer marido murió en la guerra cuando ella tenía solamente veinte años. Creo que eso fue una cosa sentimental y romántica, ¿verdad?

—Es una manera de llamar cisnes a unas ocas —repliqué ásperamente.

i Oh, enfermera! iQué observación tan singular!

Y en realidad lo era. A cuántas mujeres se les oyó decir: "Si viviera mi pobrecito Donald, o Arthur, o como se llamara". Y entonces digo para mí: «No hay duda de que si viviera sería a estas horas un hombre gordo y nada romántico, de genio violento y entrado en años».

Estaba oscureciendo y sugerí que bajáramos. La señora Mercado accedió y preguntó si me gustaría ver el laboratorio.

—Mi marido debe estar trabajando aún.

Contesté que me encantaría y ambas nos dirigimos hacia allí. Aunque iluminada por una lámpara, la habitación estaba desierta. La señora Mercado me enseñó varios aparatos, unos adornos de cobre que estaban siendo tratados químicamente y también unos huesos revestidos de cera.

—¿Dónde podrá estar Joseph? —preguntó mi acompañante.

Dio una ojeada a la sala de dibujo, en la que estaba trabajando el señor Carey. El arquitecto apenas levantó la mirada cuando entramos. Quedé sorprendida al ver la extraordinaria expresión de tirantez que reflejaba su cara. De pronto se me ocurrió que aquel hombre había llegado al límite de su resistencia y que muy pronto estallaría.

Recordé igualmente que alguien había notado en él aquella tensión.

Cuando salíamos volví la cabeza para mirarle. Estaba inclinado sobre un papel y tenía los labios fuertemente apretados. El aspecto de su cara recordaba más que nunca el de una calavera. Quizá dejé desbordar mi fantasía, pero en aquel instante me pareció un caballero de otros tiempos dispuesto a entrar en batalla y sabiendo de antemano que iba a morir.

Me di cuenta nuevamente de la extraordinaria e inconsciente fuerza magnética que poseía aquel hombre.

Encontramos al señor Mercado en la sala de estar. Cuando entramos estaba explicando a la señora Leidner los fundamentos de un nuevo procedimiento químico.

Ella le escuchaba mientras bordaba unas flores de seda en un lienzo. Me volvió a admirar su extraña apariencia, frágil y espiritual. Más parecía una criatura legendaria que una persona de carne y hueso.

La señora Mercado exclamó con voz estridente:

—iPor fin te encontramos! Pensé que estarías en el laboratorio.

Su marido se sobresaltó y pareció desconcertarse, como si la entrada de ella hubiera roto un encanto.

—Debo... debo irme —tartamudeó—. Estoy a mitad... a mitad...

Sin completar la frase, se dirigió hacia la puerta.

La señora Leidner, con su voz suave de acento americano, observó:

—Tiene que acabar de explicármelo en otra ocasión. Es muy interesante.

Levantó la vista para mirarnos; sonrió dulcemente, pero distraída y volvió a inclinarse sobre su labor.

Al cabo de un rato indicó:

—Allí hay unos cuantos libros, enfermera. Tenemos una buena selección de ellos. Escoja uno y siéntese.

Me dirigí a la librería. La señora Mercado se quedó durante unos minutos y luego, sin decir nada, salió de la habitación. Le vi la cara al pasar junto a mí y no me gustó su expresión. Parecía estar dominada por una furia sorda.

A pesar mío, recordé algunas de las cosas que dijo o insinuó la señora Kelsey acerca de la señora Leidner. No me agradaba pensar que tales cosas fueran verdad, pues desde el primer momento sentí cierto aprecio por la señora Leidner. Pero a pesar de ello, no pude menos de preguntarme si en el fondo de todo aquello no habría algo más de lo que se veía a simple vista.

No podía creer que la señora Leidner fuera ella sola responsable de lo que ocurría.

Pero debía contar con el hecho de que la poco agraciada señorita Johnson y la irascible señora Mercado no podrían competir con ella, ni en presencia ni en atractivos. Y los hombres siempre son los mismos, estén donde estén. De esas cosas se entera una en seguida en mi profesión.

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