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当前位置: 首页 » 西班牙语阅读 » 阿加莎·克里斯蒂作品集 » Asesinato en Mesopotamia 古墓之谜 » 正文

Capítulo VI La primera velada(3)

时间:2023-09-28来源:互联网  进入西班牙语论坛
核心提示:Bueno, no tienes necesidad de preocuparte ms por m, Marie. La enfermera me cuidar.Claro que s dije yo con tono alegre.Es
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—Bueno, no tienes necesidad de preocuparte más por mí, Marie. La enfermera me cuidará.

—Claro que sí —dije yo con tono alegre.

—Estoy segura de que esto te vendrá muy bien —comentó la señora Mercado—. Todos estábamos de acuerdo en que debía ver a un médico o hacer algo. Tenía los nervios deshechos, ¿no es verdad, Louise?

—Tanto que, por lo visto, he conseguido poner los vuestros de punta —replicó la señora Leidner—. ¿No podríamos hablar de algo más interesante que mis dolencias?

Comprendí entonces que la señora Leidner era una de esas mujeres que se ganan enemistades con gran facilidad. Había en su voz un tono rudo y frío, del cual no la culpé en aquella ocasión, y que hizo subir un intenso rubor a las pálidas mejillas de la señora Mercado. Esta última murmuró algo, pero ya entonces la señora Leidner se había levantado y había ido a reunirse con su marido al otro extremo de la azotea.

Dudo que él la oyera llegar, pues no levantó la mirada hasta que ella le puso la mano en el hombro. A pesar del gesto de sobresalto que hizo, en el rostro del doctor Leidner se reflejaba un profundo afecto y una especie de anhelante interrogación.

Ella asintió con la cabeza suavemente. Al poco rato, cogidos del brazo, se dirigieron al extremo de la azotea y después bajaron juntos al patio. —Está muy enamorado de ella, ¿verdad? —dijo la señora Mercado.

—Sí —contesté—. Da gusto ver una cosa así.

La mujer me estaba mirando con una expresión extraña.

—¿Cuál es su opinión sobre lo que tiene la señora Leidner, enfermera? —preguntó, bajando la voz.

—No creo que sea nada de particular —repliqué jovialmente—. Sólo un poco de depresión nerviosa.

Su mirada parecía taladrarme, como había hecho mientras tomábamos el té. De pronto preguntó:

—¿Está usted especializada en casos de trastornos mentales?

—i Oh, no! —dije—. ¿Qué le hace pensar eso?

—¿Está usted enterada de las rarezas que tiene? ¿Se lo ha contado el doctor Leidner?

No me gusta chismorrear acerca de mis pacientes. Pero por otra parte, sé por experiencia que a menudo resulta dificil conseguir que los pacientes te digan la verdad; y hasta que no te enteras de ella tienes que trabajar a oscuras, sin conseguir grandes adelantos. Claro es que cuando hay un médico que se ocupa del caso la cuestión es diferente. Te dice lo que es necesario que conozcas. Pero en aquel asunto no había ningún doctor que se encargara de ello. No habían sido requeridos los servicios profesionales del doctor Reilly. Y tenía para mí que el doctor Leidner no me había dicho todo lo que debiera. El instinto de los maridos, con frecuencia, los hace ser reservados. Pero, de todas formas, cuanto más enterada estuviera, mejor sabría qué línea de conducta adoptar. La señora Mercado, a quien mentalmente había calificado de rencorosa y vengativa, tenía unas ganas locas de hablar. Y si he de decir la verdad, tanto en el aspecto humano como en el profesional, también quería yo enterarme de lo que tuviera que contar. Pueden llamarme curiosa si lo desean, pero era así.

—¿He de suponer por ello que la señora Leidner no se ha portado de forma normal últimamente? —pregunté.

—¿Normal? Yo diría que no. Nos ha dado unos sustos terribles. Una noche se trató de unos dedos que daban golpecitos en su ventana. Y luego fue una mano sin brazo alguno que la sostuviera. Después, una cara amarilla pegada al cristal de la ventana. Y cuando la señora Leidner corrió hacia allí, no había nadie... Bueno, ¿no le parece que había para ponernos a todos los nervios de punta?

—Tal vez alguien le estaba gastando una jugarreta —sugerí.

—No. Todo fueron imaginaciones suyas. Y hace tres días, mientras comíamos, dispararon unos tiros en el pueblo, que está a una milla de aquí La señora Leidner dio un salto y empezó a gritar, asustándonos a todos. Su marido corrió hacia ella y se portó de una forma ridícula. "No es nada, cariño; no es nada", repitió otra vez. Yo creo, enfermera, que hay veces en que los hombres animan a las mujeres a que se pongan más histéricas. Es una lástima, porque resulta perjudicial. No deberían hacerlo.

—Desde luego, si se trata en realidad de fantasías —repliqué yo secamente.

—¿Y qué otra cosa podría ser?

No contesté, porque no sabía qué hacer. Era un asunto curioso. Los disparos y los consiguientes gritos podían considerarse como una cosa bastante natural tratándose de una persona de condición nerviosa. Pero aquella extraña historia de una cara y una mano espectrales era diferente. En mi opinión, podía tratarse de dos cosas: o bien la señora Leidner se había inventado todo aquello, exactamente como hace un niño que cuenta mentiras acerca de cosas que nunca ocurrieron, con el fin de atraer sobre é la atención de los demás, o bien se trataba, como dije, de una broma de mal gusto. Era una de esas cosas que un joven alegre y sin pizca de imaginación, como el señor Coleman, podía encontrar enormemente divertidas. Decidí vigilarlo de cerca. Los pacientes nerviosos pueden afectarse seriamente con una broma estúpida.

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