—Estoy de acuerdo con mi mujer. Esto es un ultraje... un insulto...
—No, no —replicó el señor Poirot—. No les he insultado. Sólo les ruego que se enfrenten con los hechos. En una casa donde se ha cometido un crimen cada habitante comparte las sospechas. Y ahora les pregunto, ¿qué pruebasexisten de que el asesino vino de fuera?
La señora Mercado exclamó:
—iClaro que vino de fuera! Tiene que ser así. Porque... —se detuvo y luego prosiguió más lentamente—, otra cosa sería increíble.
—No hay duda de que tiene razón, madame —dijo Poirot inclinándose Le estoy explicando la única manera plausible de abordar el asunto. Primero me aseguro de que todos los que están en esta situación son inocentes y luego busco al asesino en otro sitio.
—¿No cree usted que perder demasiado tiempo con ello? —preguntó suavemente el padre Lavigny.
—La tortuga, mon père, venció a la liebre.
El padre Lavigny se encogió de hombros.
—Estamos en sus manos —dijo con resignación—. Convénzase usted mismo cuanto antes de nuestra inocencia.
—Tan rápidamente como sea posible. Mi deber era aclararles su posición y, por lo tanto, no deben ofenderse por la impertinencia de cualquier pregunta que pueda hacerles. ¿Tal vez, mon père, la Iglesia querrá dar ejemplo de ello?
—Pregúnteme lo que quiera —dijo gravemente el padre Lavigny.
—¿Es la primera vez que viene con esta expedición?
—Sí.
—¿Cuándo llegó?
—Hace tres semanas. Es decir, el veintidós de febrero.
—¿De dónde procedía?
—De la orden de los Padres Blancos, en Cartago.
—Gracias, mon père. ¿Había tenido ocasión de conocer a la señora Leidner antes de venir aquí?
—No. Nunca la había visto hasta que me la presentaron.
—¿Quisiera decirme qué es lo que estaba haciendo en el momento en que ocurrió la tragedia?
—Estaba en mi habitación descifrando unas tablillas de caracteres cuneiformes.
Vi que Poirot tenía ante sí un plano de la casa.
—¿Es la habitación situada en la esquina sudoeste, que se corresponde con la de la señora Leidner en el lado opuesto?
—Sí.
—¿A qué hora entró usted en su habitación?
—Inmediatamente después de almorzar. Yo diría que era la una menos veinte.
—¿Y hasta cuándo permaneció en ella?
—Hasta poco antes de las tres. Oí que la "rubia" entraba en el patio y que luego volvía a salir. Me extrañó y fui a ver qué pasaba.
—¿Durante todo ese tiempo, salió alguna vez de su habitación?
—No, ni una sola vez.
—¿Oyó o vio algo que pudiera tener relación con el crimen?
—No.
—¿Tiene su dormitorio alguna ventana que dé al patio?
—No, sus dos ventanas dan al campo.
—¿Pudo usted oír desde su habitación lo que ocurría en el patio?
—No muy bien. Oí que el señor Emmott pasaba ante mi cuarto y subía a la azotea. Lo hizo una o dos veces.
—¿Puede usted recordar la hora?
—No. Temo que no. Estaba absorto en mi trabajo.
Se produjo una pausa y luego Poirot dijo:
—¿Puede contar o sugerirnos alguna cosa que arroje un poco de luz sobre este asunto? ¿Notó usted algo, por ejemplo, en los días que precedieron al asesinato?
El padre Lavigny pareció sentirse incómodo.
Dirigió una mirada inquisitiva al doctor Leidner.