Capítulo XIV
¿Uno de nosotros?
Hubo una corta pausa, y durante ella pareció flotar por la habitación una ola de horror.
Me figuro que en aquel momento creí por primera vez que la teoría del doctor Reilly era correcta. "Sentí" que el asesino estaba allí. Sentado... oyendo. Uno de nosotros...
Tal vez la señora Mercado tuvo la misma impresión, porque de pronto lanzó un grito corto y agudo.
—No puedo evitarlo —sollozó—. Es... tan horrible...
—Valor, Marie —dijo su marido.
Nos miró como pidiendo disculpas.
—Es muy impresionable. Se afecta demasiado.
—Quería tanto... a Louise —gimoteó la señora Mercado.
No sé si algo de lo que pensé en aquel momento asomó a mi rostro, pero al instante me di cuenta de que el señor Poirot me miraba y de que una ligera sonrisa distendía sus labios.
Le dirigí una mirada fría y él se apresuró a reanudar el interrogatorio.
—Dígame, madame, ¿qué hizo usted ayer por la tarde?
—Estuve lavándome el pelo —sollozó la señora Mercado—. Parece espantoso que no me enterara de nada. Era completamente feliz y estuve muy ocupada con lo que hacía.
—¿Permaneció usted en su habitación?
—Sí.
—¿No salió de ella?
—No. No lo hice hasta que oí entrar el coche en el patio. Luego, me enteré de lo que había pasado. iOh, fue horroroso!
—¿Le sorprendió?
La señora Mercado dejó de llorar y sus ojos se abrieron con expresión resentida.
—¿Qué quiere decir, monsieur Poirot? ¿Está sugiriendo acaso... ?
—¿Qué podría sugerir, madame? Nos acaba usted de decir que quería mucho a la señora Leidner. Tal vez ésta le hizo alguna confidencia.
iAh...! Ya comprendo. No, la pobrecita Louise no me dijo nunca nada... nada definido, quiero decir. Se veía, desde luego, que estaba terriblemente preocupada y nerviosa y luego todos aquellos extraños sucesos.. los golpecitos en la ventana y todo lo demás.
—Recuerdo que lo calificó usted de fantasía —intervine.
Me alegré de ver que, momentáneamente, pareció desconcertarse.
De nuevo me di cuenta de la divertida mirada que me dirigió el señor Poirot.
—En resumen, madame —dijo éste con tono concluyente—. Estaba usted lavándose el pelo. No oyó ni vio nada. ¿Hay alguna cosa que, en su opinión, pueda sernos de utilidad?
La señora Mercado no se detuvo a pensar.
—No, no hay ninguna, de veras. iEsto es un misterio indescifrable! Pero yo diría que no hay duda... ninguna duda, de que el asesino llegó de fuera. Es cosa que salta a la vista.
Poirot se volvió hacia el señor Mercado.
—Y usted, monsieur, ¿qué tiene que decir?
El interpelado pareció sobresaltarse. Se mesó la barba distraídamente.
—Puede ser. Pudo ser —dijo—. Y sin embargo, ¿cómo es posible que alguien deseara su muerte? Era una persona tan dulce... tan amable... sacudió la cabeza—. Quienquiera que la matara debió ser malvado... sí, un malvado.
—¿Y de qué forma pasó ayer la tarde, monsieur?
—¿Yo? —dijo el señor Mercado mirándole con aire ausente.
—Estuviste en el laboratorio, Joseph —le insinuó su mujer.
—iAh, sí! Allí estuve... eso es. Mi trabajo de costumbre.
—¿A qué hora entró usted en el laboratorio?
El señor Mercado miró de nuevo interrogativamente a su mujer.
—A la una menos diez, Joseph —dijo ésta.
—Sí. A la una menos diez.
—¿Salió usted alguna vez al patio?
—No... no lo creo —meditó un momento—. No, estoy seguro de que no.
—¿Cómo se enteró del asesinato?
—Mi mujer vino a buscarme y me lo contó. Fue terrible... estremecedor. Casi no lo pude creer. Aun ahora me es dificil hacerme a la idea. —De pronto empezó a temblar—. Es horrible... horrible...
La señora Mercado se dirigió rápidamente junto a su marido.
—Sí, sí, Joseph; todos sentimos lo mismo. Pero no debemos exteriorizarlo. Ello agravaría aún más la pena del pobre doctor Leidner.
Vi que un gesto de dolor se marcaba sobre la cara del aludido y me figuré que aquella atmósfera sentimental no le estabasentando bien. Dirigió una furtiva mirada a Poirot, como si solicitara su ayuda. Poirot respondió rápidamente al llamamiento.