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当前位置: 首页 » 西班牙语阅读 » 阿加莎·克里斯蒂作品集 » Asesinato en Mesopotamia 古墓之谜 » 正文

Capítulo XXIII Veo visiones(4)

时间:2023-10-12来源:互联网  进入西班牙语论坛
核心提示:El padre Lavigny, muy cortsmente, expres su profundo sentimiento por mi marcha. Dijo que mi jovialidad y mi sentido comn
(单词翻译:双击或拖选)

El padre Lavigny, muy cortésmente, expresó su profundo sentimiento por mi marcha. Dijo que mi jovialidad y mi sentido común habían sido muy útiles para todos.

iSentido común! Me alegré de que no supiera nada sobre mi estúpido comportamiento en la habitación de la señora Leidner.

El padre Lavigny me expuso su intención de dar la de vuelta a la casa, hasta el lugar donde la señora Leidner y yo vimos a aquel hombre.

—Tal vez se le cayó algo, ¿quién sabe? En las novelas de misterio, el criminal siempre hace una cosa así.

—Creo que en la vida real los asesinos son más cuidadosos —dije.

—No hemos visto a monsieur Poirot —observó él.

Le dije que el detective anunció que iba a estar ocupado todo el día, pues tenía que poner algunos telegramas.

—¿Telegramas? ¿Para América?

—Así lo creo. Dijo que eran para todo el mundo, pero me parece que eso fue exageración propia del personaje extranjero.

Me puse colorada, pues recordé que también el padre Lavigny lo era. Pero no pareció ofenderse; se limitó a reírse cordialmente y a preguntarme si se tenían noticias del hombre bizco.

Le contesté que no había oído ninguna nueva ni tan siquiera indicios.

El religioso volvió a Interrogarme acerca de la hora en que la señora Leidner y yo habíamos visto a aquel hombre, y de qué forma estaba tratando de mirar por los cristales de la ventana.

—Por lo visto, la señora Leidner le interesaba muchísimo —dijo pensativamente—. Desde entonces me he estado preguntando si no se trataría de un europeo que quería pasar por iraquí.

Aquélla era una idea nueva para mí y la consideré cuidadosamente. Había dado por sentado que el hombre era un árabe, pero si se pensaba bien, aquella impresión me la dio el corte de sus ropas y el tinte amarillento de su tez.

El padre Lavigny levantó las cejas. Recogí unos cuantos calcetines que había estado zurciendo y los dejé sobre la mesa para que los hombres escogieran cada cual los suyos cuando llegaran. Luego, como no había muchas cosas más que hacer, subí a la azotea.

La señorita Johnson estaba allí, pero no me oyó llegar. Caminé hasta su lado sin que se diera cuenta de mi presencia. Pero antes de detenerme junto a ella, vi que algo extraño le pasaba. Estaba parada en mitad de la azotea, mirando fijamente al frente y su cara tenía una expresión aterrorizada. Como si hubiera visto una cosa y no pudiera creerla.

Aquello me causó una desagradable e incomprensible Impresión. Unas cuantas noches atrás la vi también muy trastornada. Pero esta vez era diferente.

—¿Qué le ocurre? —dije, yendo apresuradamente hacia ella.

Volvió la cabeza y me miró... con expresión vacía, como SI no me viera.

—¿Qué pasa? —persistí.

Hizo una mueca extraña, como si tratara de tragar, pero tuviera demasiado seca la garganta. Con voz ronca dijo como desasosegada:

—Acabo de ver una cosa.

—¿Qué ha visto? Dígamelo. ¿Qué ha podido ser? Parece estar asustada.

Hizo un esfuerzo para sobreponerse, pero a pesar de ello, tenía un aspecto aterrorizado.

Con igual tono de voz, entrecortado y ronco, continuó:

—He visto cómo puede entrarse en la casa... sin que nadie pueda imaginárselo.

Seguí la dirección de su mirada, pero no pude ver nada.

El señor Reiter estaba de pie, ante la puerta del estudio fotográfico, y el padre Lavigny cruzaba en aquel momento el patio... pero nada más.

Di la vuelta perpleja, y vi que la señorita Johnson tenía sus ojos fijos en mí, y en ellos se reflejaba una expresión rara.

—No sé a qué se refiere —dije—. ¿Quiere explicármelo?

Ella sacudió la cabeza.

—Ahora no; después. Debimos haberlo visto. iOh, sí! Debimos haberlo visto.

—Si me lo dijera...

—Tengo que pensarlo primero.

Y apartándose de mi lado, bajó tambaleándose por la escalera.

No la seguí, pues, evidentemente, no quería que la acompañara. Me senté, pues, en el parapeto y traté de ordenar un poco mis pensamientos, aunque no conseguí nada. Al patio sólo se podía entrar por un sitio... por el portalón. Ante él vi el aguador que estaba hablando con el cocinero indio. Nadie podía pasar junto a ellos sin ser visto.

Hecha un lío, sacudí la cabeza y bajé al patio

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