El médico se levantó y cumplimentó la petición de Poirot. Al cabo de unos minutos empezaron a entrar en el comedor los demás componentes de la expedición. Primero Reiter y Emmott; después Bill Coleman; luego Richard Carey, y por último el señor Mercado. El pobre hombre tenía cara de difunto. Supuse que estaba mortalmente asustado por si le pedían cuentas sobre su descuido, dejando al alcance de cualquiera unos productos químicos de carácter peligroso, que habían sido confiados a su custodia.
Tomaron todos asiento alrededor de la mesa, en forma parecida a la del día en que llegó monsieur Poirot. Tanto Bill Coleman como David Emmott titubearon un poco antes de sentarse y miraron hacia donde estaba Sheila Reilly. Ella estaba vuelta de espaldas y miraba por la ventana.
—¿Te sientas, Sheila? —dijo Bill
David Emmott agregó con su acento suave y simpático:
—¿No te quieres sentar?
La muchacha dio la vuelta y se quedó mirándolos. Cada uno de ellos le estaba ofreciendo una silla. Esperé a ver cuál de las dos aceptaría.
Pero al final no aceptó ninguna.
—Me sentaré aquí —dijo con brusquedad.
Y tomó asiento en el borde de una mesa que había junto a la ventana.
—Es decir —añadió—, si al capitán Maitland no le importa que me quede.
No sé qué hubiera dicho el capitán, pues Poirot se apresuró a observar:
—Quédese, mademoiselle. En realidad, es necesario que así lo haga.
La chica levantó las cejas.
—¿Necesario?
—Eso dije, mademoiselle. Tengo que hacerle varias preguntas.
Ella volvió a levantar las cejas, pero esta vez no dijo nada. Miró de nuevo por la ventana, como si estuviera determinada a no darse por enterada de lo que sucedía a espaldas suyas en el comedor.
—Y ahora —dijo el capitán Maitland— tal vez lleguemos a saber la verdad.
Habló con cierta impaciencia. Era un hombre de acción. Yo estabasegura de que en aquel momento estaba ardiendo en deseos de salir al campo y hacer algo. Dirigir la búsqueda del padre Lavigny, enviar patrullas para que lo capturaran. Digirió una mirada a Poirot en la que se reflejaba un poco de disgusto. Vi que iba a decir alguna frase desagradable, pero se contuvo.
Poirot dio una ojeada circular a todos nosotros y luego se levantó.
No sé a ciencia cierta qué es lo que esperaba yo que dijera entonces. Tal vez una frase dramática, pues una cosa así hubiera cuadrado muy bien con su forma de ser. Pero de lo que estoy segura es de que no esperaba que empezara a hablar utilizando una frase árabe.
Pues sí. Esto fue lo que sucedió. Pronunció las palabras lenta y solemnemente... con mucha religiosidad. —Bismillahi ar rahman ar rahim.
Y luego tradujo:
—En el nombre de Alá, el misericordioso, el compasivo.