Capítulo 2 - Dieciséis y diecisiete de Julio
Había llegado a Styles el 5 de julio. Relataré a continuación los hechos ocurridos en el 16 y 17 de
aquel mes. Recapitularé los incidentes de aquellos días con tanta exactitud como me sea posible.
Estos hechos salieron a la luz posteriormente, en el proceso, después de largos y pesados
interrogatorios.
Recibí un carta de Evelyn Howard un par de días después de su marcha en ella me decía que
trabajaba como enfermera en el gran hospital de Middlingham, ciudad industrial a unas quince
millas de Styles. y me rogaba le hiciera saber si la señora Inglethorp daba muestras de desear
reconciliarse.
La única sombra que enturbiaba la tranquilidad de mi estancia en Styles era la extraordinaria
preferencia de la señora Cavendish por la compañía del doctor Bauerstein, preferencia que me
parecía incomprensible. No podía comprender qué era lo que veía en él. pero siempre estaba
invitándole y con frecuencia hacían largas excursiones juntos. Sinceramente, su atractivo era para
mí un misterio.
El 16 de julio cayó en lunes. Fue un día de mucho movimiento. La famosa tómbola se había
inaugurado el sábado anterior, y aquella noche se representaría una función relacionada con la
fiesta de la caridad, en la que la señora Inglethorp recitaría un poema patriótico. Habíamos estado
toda la mañana muy atareados arreglando y decorando el local del pueblo donde la función iba a
celebrarse. Almorzamos tarde y salimos al jardín a descansar. Observé que la actitud de John no
era del todo normal. Parecía muy excitado e inquieto.
Después del té, la señora Inglethorp se retiró a sus habitaciones y yo desafié a Mary Cavendish
a un partido de tenis.
A eso de las siete menos cuarto, la señora Inglethorp nos avisó a gritos que la comida se
adelantaría aquella noche y que no íbamos a estar a punto. Tuvimos que darnos mucha prisa para
llegar a tiempo y antes de terminar de comer, el coche ya esperaba en la puerta.
La función constituyó un gran éxito y la actuación de la señora Inglethorp fue premiada con
una ovación. Hubo también algunas cuadros plásticos en los que intervino Cynthia. La muchacha
no regresó con nosotros, por haber sido invitada a una cena y a pasar la noche con unos amigos
que habían actuado con ella en la representación
A la mañana siguiente, la señora Inglethorp desayunó en la cama, por encontrarse fatigada
pero a las 12.30 se presentó muy animada y nos arrastró a Lawrence y a mí a una comida en casa
de unos amigos.
—Una invitación amabilísima de la señora Rolleston. Es hermana de lady Tadminster. Los
Rolleston vinieron a Inglaterra con Guillermo el Conquistador. Una de nuestras familias más
antiguas.
Mary se había excusado de asistir, pretextando un compromiso con el doctor Bauerstein.
La comida resultó muy agradable y, al volver, Lawrence sugirió que pasáramos por
Tarminster, dando un rodeo de una milla escasa, y le hiciéramos una visita a Cynthia en su
dispensario. A la señora Inglethorp le pareció una idea excelente, pero como tenía que escribir
varias cartas dijo que nos dejaría allí y que volviéramos con Cynthia cuanto antes en el tílburi.
El portero del hospital nos detuvo por sospechosos hasta que apareció Cynthia y respondió por
nosotros. Su aspecto era reposado y estaba muy mona con su larga bata blanca. Nos llevó a su
cuarto y nos presentó a un compañero suyo, individuo de aspecto terrible, a quien Cynthia llamaba
alegremente «Nibs».
—¡Qué cantidad de botellas! —exclamé, dejando vagar la mirada por el pequeño cuarto—.
¿Sabe usted realmente lo que hay en todas ellas?
—Diga algo original —rezongó Cynthia—. Todo el que viene aquí dice lo mismo. Estamos
pensando en conceder un premio al primero que no diga: «¡Qué cantidad de botellas!» Y ya sé qué
es lo que va a decir ahora: «¿A cuántas personas ha envenenado?» Me confesé culpable, riendo.
—Si supieran ustedes lo fácil que es envenenar a una persona por error, no bromearían acerca
de ello. Vamos, vamos a tomar el té. Tenemos toda clase de provisiones en el armario. No,
Lawrence, ¡ése es el armario de los venenos! El grande, eso es.