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当前位置: 首页 » 西班牙语阅读 » 阿加莎·克里斯蒂作品集 » El Misterioso Caso de Styles斯泰尔斯庄园奇案 » 正文

Capítulo 2 - Dieciséis y diecisiete de Julio(4)

时间:2023-12-18来源:互联网  进入西班牙语论坛
核心提示:A lo cual Mary Canvendish replic con amargura creciente:Claro est! Debera haber supuesto que usted lo protegera!Cynthia
(单词翻译:双击或拖选)

A lo cual Mary Canvendish replicó con amargura creciente:

—¡Claro está! ¡Debería haber supuesto que usted lo protegería!

Cynthia me esperaba y me recibió diciendo con vehemencia:

—¡Oiga, Hastings! ¡Ha habido un lío espantoso! Se lo he sacado a Dorcas.

—¿Qué clase de lío?

Entre tía Emily y él. Espero que al fin sabrá quién es.

—¿Y estaba Dorcas presente?

Claro que no. Estaba «cerca de la puerta, por casualidad». Ha sido algo serio. Me gustaría

saber el motivo.

Recordé la cara agitanada de la señora Raikes y las advertencias de la señorita Howard, pero

decidí prudentemente guardar silencio, mientras Cynthia agotaba toda posible hipótesis. Al fin

dijo, esperanzada.

Tía Emily le echará de casa y no volverá a dirigirle la palabra.

Tenía grandes deseos de hablar con John, pero no pude encontrarle. Era evidente que algo muy

grave había ocurrido, sin querer y, a pesar de todos mis esfuerzos no conseguía apartarlo de mi

imaginación ¿Qué relación tendría Mary Cavendish con el asunto?

El señor Inglethorp estaba en el salón cuando bajé a cenar. Su rostro aparecía tan impasible

como de costumbre y volvió a impresionarme la extraña irrealidad que emanaba en gran manera

de su persona.

La señora Inglethorp fue la última en bajar. Parecía estar todavía fatigada y durante la comida

reinó un silenció un poco forzado. Generalmente rodeaba a su mujer de pequeñas atenciones,

colocando un cojín a su espalda y representando el papel de marido complaciente. Después de

comer, la señora Inglethorp se retiró de nuevo a su boudoir.

Mándame allí mi café, Mary pidió. Sólo tengo cinco minutos si quiero que las cartas no

pierdan el correo.

Cynthia y yo nos sentamos junto a la ventana abierta del salón. Mary Cavendish nos llevó allí

el café. Parecía excitada.

—¿Quiere la gente joven que encienda las luces o prefieren la semioscuridad del crepúsculo?

preguntó. Cynthia, por favor, llévale el café a la señora Inglethorp. Voy a servirlo.

Déjelo, Mary yo lo haré dijo Inglethorp. Él mismo lo sirvió y salió del cuarto llevándolo

con cuidado.

Lawrence le siguió y la señora Cavendish se sentó junto a nosotros.

Permanecieron los tres en silencio durante algún tiempo. Era una noche maravillosa, cálida y

tranquila. La señora Cavendish se abanicaba dulcemente con una hoja de palma.

Hace casi demasiado calor. Tendremos tormenta a no tardar.

¡Lástima que estos momentos llenos de armonía no puedan durar! El sonido de una voz

conocida que yo detestaba profundamente hizo añicos mi paraíso.

—¡El doctor Bauerstein! exclamó Cynthia. ¡Vaya unas horas de venir!

Dirigí a Mary Cavendish una mirada recelosa, pero permanecía impasible, sin que se alterase

siquiera la deliciosa palidez de sus mejillas. Segundos más tarde, Alfred Inglethorp introducía al

doctor, quien se disculpaba riendo por entrar en el salón en aquella facha. Realmente, estaba

cubierto de barro de pies a cabeza y ofrecía un aspecto lamentable.

—¿Qué ha estado usted haciendo, doctor? exclamó la señora Cavendish.

Tengo que disculparme dijo el medico. No quería entrar, pero el señor Inglethorp

insistió con tanto ahínco.

La verdad es, Bauerstein, que está usted hecho una pena dijo John, que venía del

vestíbulo. Tome una taza de café y cuéntenos qué le ha ocurrido.

Gracias.

Se rió con melancolía y explicó que había descubierto una especie muy rara de helecho en un

lugar inaccesible, y que en sus esfuerzos por apoderarse de él había perdido pie, cayendo de modo

lamentable a una charca.

Me sequé pronto al sol añadió, pero mi aspecto es lamentable.

En este momento, la señora Inglethorp llamó a Cynthia desde el vestíbulo y la muchacha salió

corriendo.

—¿Quieres subirme la caja morada de los papeles? Me voy a la cama.

La puerta que daba al vestíbulo era ancha. Me levanté al mismo tiempo que Cynthia. John

estaba a mi lado. Por tanto, éramos tres los testigos que podríamos jurar que la señora Inglethorp

llevaba en la mano su taza de café, que aún no había probado.

La presencia del doctor Bauerstein me estropeó la velada por completo. Me parecía que no iba

a marcharse nunca. Sin embargo, al fin se levantó y suspiré aliviado.

Bajaré al pueblo con usted dijo Inglethorp. Tengo que ver al administrador para tratar

de unas cuentas. Se volvió a John. No es necesario que nadie me espere levantando. Llevaré

el llavín.

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