—¡Poirot! —grité—. ¿Dónde se ha metido? —Aquí estoy, amigo mío.
Había salido por la puerta ventana y allí estaba, aparentemente perdido en la admiración de los
varios macizos de flores.
—¡Admirable! —murmuró—. ¡Admirable! ¡Qué simetría! Mire aquella media luna y aquellos
rombos. Su elegancia alegra la vista. La distancia entre las plantas es también perfecta. Ha sido
arreglado hace poco, ¿verdad?
—Sí, creo que estaban haciéndolo ayer tarde. Pero venga usted, aquí está Dorcas.
—Eh bien, eh bien! No me escatimé una satisfacción momentánea de la vista.
—No, pero ese otro asunto es más importante.
—¿Y cómo sabe usted que esas hermosas begonias son menos importantes?
Me encogí de hombros. Cuando adoptaba esa actitud había que dejarlo.
— ¿No está usted de acuerdo conmigo? Pues cosas así han pasado. Bueno, entraremos y
haremos unas preguntas a la buena de Dorcas.
Dorcas permanecía en pie, las manos cruzadas en actitud respetuosa y el pelo gris asomándole
en ondas rígidas por debajo de su gorro blanco. Era el prototipo de la buena sirvienta antigua .
Su actitud hacia Poirot demostraba desconfianza, pero pronto se vino abajo su resistencia. Mi
amigo acercó una silla.
—Siéntese, por favor, mademoiselle. —Gracias señor.
—Ha estado usted con su señora muchos años, ¿verdad?
—Diez años, señor.
—La ha servido usted mucho tiempo y con fidelidad. Debía usted de tenerle mucho afecto.
—La señora era muy buena conmigo, señor.
—Entonces no tendrá usted inconveniente en contestar unas cuantas preguntas. Se las hago
con la aprobación del señor Cavendish.
—Por supuesto, señor.
—Entonces empezaré a preguntarle acerca de los sucesos de ayer tarde. ¿Tuvo su señora una
disputa?
—Sí, señor pero no sé si debo...
Dorcas titubeó. Poirot la miró muy seriamente.
—Mí buena Dorcas. Es necesario que yo sepa todos los detalles de esa disputa tan fielmente
como sea posible. No piense que está usted traicionando los secretos de su señora. Su señora está
en su lecho de muerte y tenemos que saberlo todo si queremos vengarla. Nada puede revivirla,
pero si ha habido crimen esperamos entregar al asesino a la Justicia.
—Así sea —dijo Dorcas con fiereza—. Y, sin nombrar a nadie, hay alguien en la casa a quien
ninguno de nosotros ha podido nunca soportar. ¡Desgraciado el día en que él pisó por primera vez
el umbral de esta casa!
Poirot esperó a que su indignación se calmara y preguntó, adoptando de nuevo su tono
práctico:
—¿Qué hay de aquella disputa? ¿Cómo se enteró usted?
—Pasaba ayer por casualidad por el vestíbulo...
—¿Qué hora era?
—No lo sé exactamente, señor; pero faltaba mucho aún para la hora del té. Puede que fueran
las cuatro, o quizás un poco más tarde. Bueno, señor, como le iba diciendo, pasaba por casualidad
cuando oí unas voces fuertes y muy enfadadas. Yo no me proponía escuchar, pero... bueno, el caso
es que me detuve. La puerta estaba cerrada. pero la señora hablaba con voz muy aguda y clara y
pude oír fácilmente lo que decía: «Me has mentido y engañado.» No pude oír lo que contestó el
señor Inglethorp, porque hablaba mucho más bajo. Pero ella contestó: «¿Cómo te atreves? Te he
cuidado, te he vestido, te he alimentado. ¡Me lo debes todo! ¡Y así es cómo me pagas! Manchando
nuestro nombre.» No pude oír tampoco lo que dijo él, pero ella siguió: «Nada de lo que digas
cambiará la situación. Veo claramente cuál es mi deber. Estoy decidida. No creas que me va a
detener el miedo a la publicidad o al escándalo entre marido y mujer.» Entonces me pareció que
salían y me marché a toda prisa.