—Anoche, no, señor; sé que no los tomó.
—¿Cómo lo sabe usted con tanta seguridad?
—Porque la caja estaba vacía. Tomó la última dosis hace dos días y no tenía más cantidad
preparada.
—¿Está usted completamente segura de lo que me cuenta?
—Completamente, señor.
—Entonces está claro. Por cierto, ¿no le pidió ayer su señora que firmara ningún papel?
—¿Firmar un papel? No, señor.
—Cuando el señor Hastings y el señor Lawrence Cavendish volvieron anoche, encontraron a
su señora escribiendo cartas. ¿No puede darme usted una idea de a quién iban dirigidas las cartas?
—Lo siento, señor, pero no puede decírselo. Era mi tarde libre. Quizás Annie lo sepa, aunque
es una chica muy atolondrada. No recogió las tazas de café anoche. Eso es lo que pasa cuando yo
no estoy para cuidarme de las cosas. Poirot levantó la mano.
—Ya que no ha recogido las tazas, Dorcas, déjelas un poco más, se lo ruego. Me gustaría
examinarlas todas con atención.
—Muy bien, señor.
—¿A qué hora salió usted ayer?
––A eso de las seis, señor.
—Gracias, Dorcas, eso es todo lo que tengo que preguntarle.
—Se levantó y se acercó a la ventana—. He estado admirando estos macizos de flores. A
propósito, ¿cuántos jardineros hay en la casa?
—Ahora sólo tres, señor. Había cinco antes de la guerra, cuando esta casa era lo que debe ser
una casa de señores. Me gustaría que hubiera usted visto entonces el jardín, señor. Estaba
precioso. Pero ahora sólo están el viejo Manning, el joven William y una mujer a la última moda,
con pantalones y cosas por el estilo. ¡Qué tiempos más horribles!
—Volverán los buenos tiempos, Dorcas. Por lo menos, eso espero. Bien; ¿quiere decirle a
Annie que venga?
—Sí, señor. Gracias, señor.
—¿Cómo ha sabido usted que la señora Inglethorp tomaba polvos para dormir ? —pregunté
con viva curiosidad cuando Dorcas salió del cuarto—. ¿Y lo de la llave perdida y su duplicado?
—Cada cosa a su tiempo. En cuanto a los polvos de dormir, lo supe por esto.
Súbitamente le mostró una pequeña caja de cartón, como las que los farmacéuticos usan para
los polvos.
—¿Dónde la encontró usted?
—En el cajón del lavabo del cuarto de la señora Inglethorp. Era el número seis de mi lista.
—Mas puesto que los últimos polvos los tomó hace dos días, no es de mucha importancia.
—Probablemente no; pero ¿no hay nada en esta caja que le parezca extraño? La examiné con
cuidado.
—No, la verdad.
—Mire la etiqueta.
Leí la etiqueta con atención: «Tómese una dosis antes de acostarse, si hiciera falta. Señora
Inglethorp.»
—No, no veo nada de particular.
—¿No le extraña que no tenga el nombre del farmacéutico?
—¡Ah! —exclamé—. ¡Claro que es extraño!
—Ha conocido usted algún farmacéutico que despache una caja como ésta sin que lleve su
nombre impreso?
—No, nunca.