— Perdóneme, señora, por traerle a la memoria recuerdos desagradables, pero tengo una
pequeña idea. —Las «pequeñas ideas» de Poirot habían llegado a ser una broma para todos—. Me
gustaría hacerle un par de preguntas.
—¿A mí? Desde luego.
—Es usted muy amable, madame. Lo que quiero preguntarle es esto: ¿Dijo usted que la puerta
de comunicación entre el cuarto de la señora Inglethorp y el de mademoiselle Cynthia estaba
cerrada?
—Claro que estaba cerrada —replicó Mary Cavendish—. Ya lo he dicho en el interrogatorio.
Parecía perpleja.
—Quiero decir —explicó Poirot— si está usted segura de que tenía el cerrojo echado, que no
estaba solamente cerrada.
—¡Ah! Ya veo lo que quiere usted decir. No, no lo sé. Quise decir únicamente que estaba
cerrada, que no pude abrirla. Pero creo que todas las puertas han sido encontradas con el cerrojo
echado por dentro.
—De todos modos, en lo que a usted se refiere, la puerta podía estar simplemente cerrada con
llave. —Sí, sí.
— ¿Y no se fijó usted por casualidad, madame, cuando entró en el cuarto de la señora
Inglethorp, si la puerta tenía echado el cerrojo?
—Creo... creo que sí.
—Pero ¿usted no lo vio?
—No, yo... no miré.
—Yo sí miré —interrumpió Lawrence súbitamente—. Me di cuenta por casualidad de que
estaba corrido.
—¡Ah! Eso lo explica.
Y Poirot quedó cabizbajo.
No pude menos de regocijarme de que, por una vez, una de sus «pequeñas ideas» no condujera
a nada práctico.
Después de almorzar, Poirot me rogó le acompañara a su casa. Acepté fríamente.
—Está usted enfadado, ¿verdad? — preguntó con ansiedad mientras cruzábamos el parque.
—Yo no — dije fríamente.
—¡Ah, bueno! Eso me quita un gran peso de encima.
No era ésa precisamente mi intención. Esperaba haberle hecho notar mi actitud resentida. De
todos modos, el fervor con que me habló puso fin a mi justificado disgusto y me ablandé.
—Le he dado a Lawrence su mensaje — dije.
—¿Y qué le contestó? Se desconcertó por completo, ¿no es verdad?
—Sí. Estoy completamente seguro de que no tiene idea de lo que usted quería decir.
Esperaba que Poirot se hubiera desilusionado con mi informe; pero, con gran sorpresa por mi
parte, replicó que eso era lo que había supuesto y que estaba muy contento. Mi orgullo me impidió
formular más preguntas. Poirot cambió de conversación.
—¿Cómo es que mademoiselle Cynthia no almorzó hoy con nosotros?
—Está en el Hospital. Ha vuelto al trabajo.
—Ah, es una señorita muy inteligente. Y también muy bonita. Se parece a algunos cuadros
que he visto en Italia. Me gustaría mucho ver su dispensario. ¿Cree usted que me lo permitiría?
—Estoy seguro de que le encantará hacerle los honores. Es un lugar muy interesante.
—¿Va allí todos los días?
—Tiene los miércoles libres y los sábados viene a almorzar a casa. Son sus únicas horas libres.
Trabaja con intensidad.