Capítulo 10 - El arresto
Con gran disgusto por mi parte, Poirot no estaba en su casa y el anciano belga que contestó a mi
llamada me informó de que creía que había ido a Londres.
Me quedé sin habla. ¿Qué se le había perdido a Poirot en Londres? ¿Se había decidido de
pronto o tendría ya esa idea cuando se despidió de mí horas antes?
Tomé el camino de Styles algo molesto. Sin Poirot, no sabía cómo actuar. ¿Habría previsto el
arresto? ¿No habría sido obra suya? No pude contestar a estas preguntas. Pero, entretanto, ¿qué
hacer? ¿Anunciaría a todos en Styles el arresto? Aunque no quería confesármelo a mí mismo, no
podía apartar de mi imaginación el recuerdo de Mary Cavendish. ¿No sería un choque terrible para
ella? Por de pronto, rechacé cualquier sospecha que pudiera haber tenido de su culpabilidad. No
podía estar complicada, o acaso hubiera oído yo alguna insinuación al respecto.
Naturalmente, era ya imposible ocultar por mucho tiempo el arresto del doctor Bauerstein.
Todos los periódicos del día siguiente lo dirían. Sin embargo, no me decidía a dar la noticia. Si
hubiera tenido a mano a Poirot le hubiera pedido consejo. ¿Qué mosca le habría picado para
marcharse a Londres tan rápida e inexplicablemente?
A pesar mío, mi buena opinión sobre su sagacidad se fortaleció. Nunca se me hubiera ocurrido
sospechar del doctor si él no me hubiera metido la idea en la cabeza. Sí, decididamente el
hombrecillo era inteligente.
Tras reflexionar un poco, decidí convertir a John en mi confidente y dejarle a él la alternativa
de hacer pública la noticia o no, según le pareciera mejor. Al comunicarle el hecho, John lanzó un
silbido.
—¡Atiza! Entonces tú tenías razón.
No podía creerlo.
—No, es asombroso hasta que te acostumbrabas a la idea y ves como todo encaja. Y ahora,
¿qué vamos a hacer? Naturalmente, todo el mundo lo sabrá mañana.
John reflexionó.
—No importa —dijo por fin—, no diremos nada por ahora. No es necesario. Como tú has
dicho, todos lo sabrán a su debido tiempo.
Pero, con gran sorpresa por mi parte al bajar temprano a la mañana siguiente y abrir con
ansiedad los periódicos no encontré ni una palabra sobre el arresto. Había una columna de relleno
acerca de «El envenenamiento de Styles», pero nada más. Era inexplicable, pero pensé que, por
alguna razón, Japp quería ocultar la noticia a los periódicos. Me preocupó un poco esto, porque
parecía indicar la posibilidad de nuevos arrestos.
Después del desayuno decidí bajar al pueblo y ver si Poirot había regresado, pero antes de
ponerme en camino un rostro familiar asomó por una de las puertas ventanas y una voz conocida
dijo:
—Bonjour, mon ami.
—¡Poirot! —exclamé reconfortado y, agarrándole con ambas manos, lo arrastré a la habitación
—. Nunca me he alegrado tanto de ver a alguien. Escuche, sólo se lo he dicho a John. ¿He hecho
bien?
—Amigo mío —replicó Poirot—, no sé de qué me habla.
—De la detención del doctor Bauerstein ¿de qué voy a hablar? —contesté con impaciencia.
—¿De modo que han arrestado a Bauerstein?
—¿No lo sabía usted?
—Primera noticia.