Capítulo 12 - El último eslabón
La repentina marcha de Poirot nos tenía muy extrañados. La mañana del domingo se había
deslizado lentamente, y Poirot sin aparecer. Pero a las tres de la tarde, un terrible y prolongado
bocinazo nos llevó a todos a la ventana y vimos a mi amigo apeándose de un coche, acompañado
de Japp y Summerhaye. El hombrecillo estaba transfigurado. Se inclinó ante Mary Cavendish con
exagerada cortesía.
—Señora, ¿me permite usted que celebre una pequeña reunión en el salón? Es necesario que
no falte nadie.
—Ya sabe usted, señor Poirot, que tiene carta blanca.
—Es usted muy amable, señora.
Sin abandonar su sonrisa radiante, Poirot nos condujo a todos al salón, acercando las sillas
necesarias.
— Señorita Howard, usted aquí. Señorita Cynthia. Señor Lawrence. Mi buena Dorcas. Y
Annie. ¡Bien! Tenemos que retrasar unos minutos la sesión, hasta que llegue el señor Inglethorp.
Le he enviado un aviso. La señorita Howard saltó indignada de su asiento.
—¡Si ese hombre entra en esta casa yo me marcho!
—¡No, no!
Poirot se acercó a ella y le suplicó en voz baja que se quedara y, por fin, al señorita Howard
consintió en volver a su asiento. Unos minutos más tarde, Inglethorp aparecía.
Reunida la asamblea, Poirot se levantó de su asiento con el aire de un conferenciante y se
inclinó cortésmente ante su auditorio.
—Señoras y caballeros: Como todos ustedes saben, el señor John Cavendish solicitó mi ayuda
para investigar este caso. Lo primero que hice fue examinar el cuarto de la finada, que, por consejo
de los doctores, había permanecido cerrado y, por tanto, no había sufrido la menor alteración
desde el momento de la tragedia. Encontré: primero un trocito de tejido verde segundo, una
mancha, todavía húmeda, en la alfombra, cerca de la ventana; tercero, una caja vacía de polvos de
bromuro.
«Empezaremos por el trocito de tejido verde. Lo encontré enganchado en la cerradura de la
puerta que comunica aquel cuarto con el antiguo, ocupado por la señorita Cynthia. Se lo entregué
a la policía, que no le concedió mayor importancia ni supo de lo que se trataba. Era un trocito de
un manguito verde, de los que se emplean para trabajar en la tierra. Hubo un momento de
excitación.
—Ahora bien. Sólo hay una persona en Styies que trabajara en la tierra: la señora Cavendish.
Por consiguiente, debía haber sido ella la que entró en el cuarto de la difunta por la puerta que lo
comunica con el de la señorita Cynthia.
—¡Pero si aquella puerta estaba cerrada por dentro! — exclamé.
—Estaba cerrada cuando yo examiné el cuarto, pero no sabemos si lo estaba antes. Sólo
tenemos su palabra, ya que fue ella la que examinó la puerta y dijo que estaba cerrada. En la
confusión subsiguiente, tuvo oportunidad sobrada de correr el cerrojo. Pronto se me presentó
ocasión de comprobar que mis suposiciones eran acertadas. Para empezar, el trozo de tela
corresponde a una desgarradura de un manguito de la señora Cavendish. Además, en la encuesta,
la señora Cavendish declaró haber oído desde su cuarto la caída de la mesa que está junto a la
cama. Quise comprobar la exactitud de esta declaración situando a mi amigo señor Hastings en el
ala de la señora Cavendish. Yo fui con la policía al cuarto de la difunta, y, mientras estábamos allí,
coloqué, fingiendo un descuido la mesa en cuestión. El señor Hastings, tal como yo imaginaba. no
había oído nada en absoluto. Esto me /confirm/ió en mi creencia de que la señora Cavendish no
decía la verdad al declarar que estaba vistiéndose en su cuarto cuando se dio la alarma. Por el
contrario, me convencí de que, dejos de encontrarse en su propio cuarto, la señora Cavendish
estaba en el cuarto de la muerta.