—Un momento. No veo por qué quería ser arrestado.
—Porque, amigo mío, según la ley de su país, un hombre que ha sido absuelto no puede volver
a ser juzgado por el mismo delito. ¡Aja! ¡Era una idea magnífica! Desde luego, es un hombre de
método. Fíjese, sabía que era seguro que se sospecharía de él y concibió la idea,
extraordinariamente inteligente, de preparar un montón de pruebasen contra de sí mismo. Quería
que se sospechara de él. Quería ser arrestado. Entonces presentaría su perfecta coartada y ¡libre
para toda la vida!
—Pero todavía no veo como pudo probar su coartada y estar en la farmacia.
Poirot me miró sorprendido.
—¿Es posible? ¡Pobre .amigo mío! ¿No sabía usted que fue la señorita Howard la que compró
estricnina en la farmacia?
—¿La señorita Howard?
—¡Pues claro! ¿Quién si no? Para ella fue facilísimo. Tiene buena estatura, su voz es profunda
y varonil; además, recuérdelo, ella e Inglethorp son primos y hay un parecido innegable entre los
dos, especialmente en su modo de andar y en sus movimientos. Era sencillísimo. ¡Son una pareja
inteligente!
—Todavía no veo muy claro lo del bromuro.
—Bien. Reconstruiré el caso hasta donde sea posible. Me inclino a pensar que la señorita
Howard era la mente directora en este asunto. ¿Recuerda usted que mencionó un día el hecho de
que su padre había sido médico? Es muy posible que le preparara las medicinas, o puede habérsele
ocurrido la idea leyendo alguno de los muchos libros que la señorita Cynthia dejaba por todas
partes cuando estaba preparando su examen. Como quiera que sea, sabía perfectamente que
añadiendo bromuro a una mezcla que contuviera ectricnina, se precipitaría esta última.
Probablemente, la idea se le ocurrió de pronto. La señora Inglethorp tenía una caja de polvos de
bromuro que tomaba por las noches, de cuando en cuando. Nada más fácil que disolver una
pequeña cantidad de estos polvos en el frasco de la medicina de la señora Inglethorp, cuando la
envió la farmacia de Coots. El riesgo era prácticamente nulo. La tragedia no tendría lugar hasta
unos quince días más tarde. Si alguien hubiera visto a cualquiera de los dos manipulando la
medicina, lo habrían olvidado para entonces. La señorita Howard habría ya provocado la pelea y
abandonado la casa. El tiempo transcurrido y su ausencia hubieran evitado cualquier sospecha. ¡Sí,
era una idea muy hábil! Si lo hubieran dejado así, posiblemente nunca se les hubiera atribuido el
crimen. Pero no se conformaron con eso. Quisieron ser demasiado hábiles y esto les perdió. Poirot
aspiró el humo de su diminuto cigarrillo. —Prepararon un plan para hacer recaer las sospechas
sobre John Cavendish, comprando estricnina en la farmacia del pueblo y firmando en el libro con
su letra. El lunes, la señora Inglethorp tomaría la última dosis de su medicina. Por tanto, el lunes, a
las seis de la tarde. Alfred Inglethorp se las arregla para ser visto por varias personas en un lugar
alejado del pueblo. La señorita Howard inventó una historia fantástica acerca de él y de la señorita
Raikes, para explicar el silencio que posteriormente había de guardar Inglethorp. A las seis, la
señorita Howard, haciéndose pasar por el señor Inglethorp, entra en la farmacia, cuenta la historia
del perro, obtiene la estricnina y firma el nombre de Alfred Inglethorp con la letra de John, que
previamente había estudiado con todo cuidado. Pero como todo el plan fallaría si John podía
presentar una coartada, le escribe una nota anónima, siempre copiando su letra, en la que le cita en
un lugar muy apartado, donde era sumamente improbable que nadie pudiera verle. Hasta aquí,
todo va bien. La señorita Howard vuelve a Modlingham. Alfred Inglethorp vuelve a Styles. Nada
puede comprometerle, ya que es la señorita Howard quien tiene la estricnina que, por otra parte,
sólo utilizará para hacer recaer las sospechas sobre John Cavendish. La señora Inglethorp no toma
la medicina aquella noche. La campanilla estropeada, la ausencia de Cynthia, preparada por
Inglethorp, a través de su esposa, todo en vano. Y ahora es cuando el comete su equivocación. La
señora Inglethorp está ausente y su marido se sienta a escribir a su cómplice, a la que supone presa
de pánico por el fracaso del plan. Es posible que la señora Inglethorp haya regresado antes de lo
que él esperaba. Al ser sorprendido, Inglethorp cierra con llave su buró, un poco aturullado. Teme
que si sigue en el cuarto tenga que abrir de nuevo el mueble y que la señora Inglethorp pueda ver
la carta antes de que él la retire. De modo que se marcha a pasear por los bosques, sin sospechar
que la señora Inglethorp abriría el buró y descubriría el documento acusador. Pero esto, como
sabemos, es lo que ocurrió. La señora Inglethorp lee la carta y se entera de la perfidia de su esposo
y de Evelyn Howard, aunque por desgracia, la frase sobre el bromuro no le dice nada. Sabe que
está en peligro, pero no sabe por dónde viene. Decide no decir nada a su esposo pero le escribe a
su abogado, pidiéndole que vaya a verla a la mañana siguiente, y también determina destruir el
testamento que acaba de hacer. La señora Inglethorp guarda la carta fatal.