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当前位置: 首页 » 西班牙语阅读 » 阿加莎·克里斯蒂作品集 » Asesinato en Mesopotamia 古墓之谜 » 正文

Capítulo XXVIII El término del viaje(2)

时间:2023-10-13来源:互联网  进入西班牙语论坛
核心提示:Un relato, perfectamente posible, de los actos de un hombre agobiado por el dolor. Pero ahora oigan lo que yo creo que e
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»Un relato, perfectamente posible, de los actos de un hombre agobiado por el dolor. Pero ahora oigan lo que yo creo que en realidad pasó. El doctor Leidner entra en la habitación, corre hacia la ventana y, con los guantes puestos, la cierra y pasa las fallebas. Luego coge el cuerpo de su esposa y lo coloca entre la cama y la puerta. Se da cuenta entonces de que en la alfombra, al pie de la ventana, se ve una pequeña mancha de sangre. No puede cambiarla por la otra, pues son de diferente tamaño, pero hace lo más indicado, dadas las circunstancias. Coge la alfombra manchada y la coloca ante el lavabo; y la que había delante de éste la pone bajo la ventana. Si alguien se da cuenta de la mancha de sangre la relacionará con el lavabo, pero no con la ventana. Era un punto muy importante. No debía traslucirse que la ventana jugaba un importante papel en la cuestión. Después va hacia la puerta y desempeña su parte de marido desesperado. Y esto, según creo, no le fue dificil porque amaba de veras a su mujer.

—iPero hombre de Dios! —exclamó, ya impacientado, el doctor Reilly—. Si la amaba, ¿por qué la mató? ¿Cuál fue el motivo? ¿No puede usted hablar, Leidner? Dígale que está loco.

El doctor Leidner no habló, ni se movió.

—¿No les dije antes que se trataba de un crime passionel? ¿Por qué su primer marido, Frederick Bosner, la amenazó con matarla? Porque la amaba... y al final, como hemos visto, se cumplieron sus amenazas.

»Mais oui... mals oui... Una vez que me convencí de que el doctor Leidner cometió el crimen, todo encaja a la perfección.

»Por segunda vez tengo que empezar el viaje desde el principio; la boda de la señora Leidner, los anónimos amenazadores, y el segundo matrimonio de ella. Las cartas que le Impedían casarse con otro hombre, pero no ocurrió así con el doctor Leidner. iQué sencillo se explica esto, si Leidner es el propio Frederick Bosner!

»lniciemos, pues, el viaje, desde el punto de vista del joven Frederick Bosner.

»En primer lugar, sabemos que ama a su esposa con pasión; una pasión que sólo una mujer de su clase puede encender. Pero ella le traiciona. Le condenan a muerte. Escapa y se encuentra en un accidente ferroviario, del cual se las arregla para salir con una nueva personalidad: la de un joven arqueólogo de origen sueco, Eric Leidner, cuyo cuerpo resultó completamente desfigurado, y fue enterrado como el de Frederick Bosner.

»¿Cuál es la actitud del nuevo Eric Leidner hacia la mujer que le deseó la muerte? Hay que considerar que lo más importante para él era que seguía queriéndola. Se puso a trabajar para reconstruir su vida. Era un hombre hábil, y como su nueva profesión cuadraba con su temperamento, pronto llegó a ser célebre en su especialidad. Pero nunca se olvidó de la pasión que gobernaba su vida. Estuvo constantemente informado de los movimientos de su mujer; determinado, ante todo, a que no perteneciera a otro hombre. Recuerden la descripción que del carácter de Frederick hizo la señora Leidner a la enfermera Leatheran. Era dulce y amable, pero despiadado. Siempre que lo juzgaba necesario, despachaba un anónimo. Imitó alguno de los rasgos de la escritura de su mujer por si a ésta se le ocurría presentar los anónimos a la policía. Las mujeres que se dirigen a sí mismas anónimos de carácter sensacional son un fenómeno tan corriente que, dada la semejanza de la caligrafia, la policía no tendría duda alguna sobre la procedencia de las cartas. Con ello, al mismo tiempo, Leidner seguía manteniendo la incertidumbre de su mujer acerca de si estaba vivo.

»Por fin, al cabo de muchos años, estimó que había llegado la hora de volver a entrar en la vida de ella. Todo fue bien. Su mujer no llegó a sospechar cuál era su verdadera identidad. Era un hombre conocidísimo en los medios científicos. El joven erguido y de buena presencia de antes era entonces un hombre de mediana edad, cargado de hombros, que llevaba barba. Y vemos cómo se repite la historia. Frederick es capaz de dominar a Louise, tal como hizo años antes. Ella consiente, por segunda vez, en casarse con él. Ninguna carta vino a romper el compromiso.

»Pero, poco después se recibe una de ellas. ¿Por qué?

»Creo que el doctor Leidner no quería dejar nada al azar. La intimidad del matrimonio podía despertar en ella ciertos recuerdos capaces de desbaratar sus planes. Deseaba grabar en la mente de su esposa, de una vez para siempre, que Eric Leidner y Frederick Bosner eran dos personas diferentes por completo. Y a tal efecto se recibió uno de los anónimos, que escribió el primero por cuenta del segundo. A esto le sigue el pueril asunto del gas. Fue el mismo doctor Leidner quien lo planeó con el mismo propósito.

»Una vez hecho aquello, quedó satisfecho. Ya podían disfrutar de una feliz vida conyugal. Pero luego, hace casi dos años, vuelven a recibirse los anónimos. ¿Por qué causa? Eh bien, creo saberlo. Porque la amenaza contenida en aquellas cartas era una amenaza verdadera. Por ello estaba siempre asustada la señora Leidner. Sabía que Frederick era suave, pero despiadado en el fondo. Que la mataría si llegaba a pertenecer a otro hombre. Y ella se había entregado ya a Richard Carey.

»Por lo tanto, una vez que descubrió esto, el doctor Leidner preparó con toda calma y sangre fría el escenario del crimen. Y posteriormente lo llevó a cabo convencido de que no sería descubierto su autor.

»¿Ven ustedes ahora el importante papel desempeñado por la enfermera Leatheran? Queda explicada la conducta un tanto curiosa del doctor Leidner al contratar los servicios de una enfermera para cuidar de su esposa; conducta que al principio me confundió. Era necesario que un testigo de reconocida solvencia profesional pudiera asegurar de forma incontrovertible que la señora Leidner había muerto hacía más de una hora cuando se descubrió su cadáver. Es decir, que había sido asesinada a una hora en que todos jurarían que su marido estaba en la azotea. Podía suscitarse la sospecha de que él la había matado cuando entró en la habitación y encontró el cadáver. Pero esto carecía de importancia si una enfermera competente podía asegurar positivamente que había muerto hacía más de una hora.

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