—Hay otra cosa aún —dijo John de pronto, y el inesperado sonido de su voz me sobresaltó,
sintiéndome culpable—. Algo que me hace dudar de que lo que dices pueda ser cierto.
— ¿Qué pasa? — pregunté, dando gracias a Dios al ver que había abandonado el tema
referente a cómo podía haber sido introducido el veneno en el chocolate.
—El que el doctor Bauerstein haya solicitado la autopsia... No tenía por qué haberlo hecho. El
pobre Wilkins hubiera estado muy contento de dejarlo como ataque al corazón.
—Sí —dije pensativo—. Pero no sabemos. Puede que haya pensado que era más seguro a la
larga. Podía haber habladurías más tarde. Entonces el Ministerio del Interior podía ordenar la
exhumación. Todo habría salido a la luz y él se hubiera encontrado en una situación difícil, porque
nadie hubiera creído que un hombre de sus conocimientos se equivocara en lo del ataque al
corazón.
—Sí, es posible —admitió John; y añadió—: Sin embargo, que me desuellen si veo qué
motivo puede haber tenido Me eché a temblar de nuevo.
— Mira — dije —. Puedo estar completamente equivocado. Y recuerda que todo esto es
confidencial. —Ah, por supuesto, ni que decir tiene. Mientras hablábamos habíamos llegado a la
puerta pequeña del jardín. Oímos voces cercanas, porque estaban sirviendo el té bajo el sicómoro,
como en el día de mi llegada.
Cynthia había vuelto del hospital y acerqué mi silla a la suya, transmitiéndole el deseo de
Poirot de visitar el dispensario.
—Desde luego. Me encantará su visita. Que vaya a tomar el té conmigo una tarde. Tengo que
ponerme de acuerdo con él. ¡Es un hombrecillo tan agradable! Pero es cómico. Él otro día me hizo
quitar el broche que llevaba en la blusa y ponérmelo otra vez, por que al parecer no quedaba
derecho. Me reí.
—Sí, es una verdadera manía.
—¿Verdad que sí?
Estuvimos callados durante un par de minutos, y entonces, mirando en la dirección de Mary
Cavendish y bajando la voz, Cynthia dijo:
—Señor Hastings.
—Dígame, Cynthia.
—Quiero hablar con usted, después del té. El modo como miró a Mary me dio que pensar.
Supuse que entre las dos no había gran simpatía. Por primera .vez se me ocurrió preguntarme cuál
sería el futuro de la muchacha. La señora Inglethorp no había dejado ninguna disposición con
respecto a ella, pero supuso que John y Mary insistirían para que se quedara a vivir con ellos, al
menos hasta el fin de semana. John, indudablemente, le tenía gran afecto y sentiría que se
marchara.
John que había entrado en la casa, apareció de nuevo.
Su rostro, generalmente afable, presentaba una desacostumbrada expresión de ira.
—¡...Malditos detectives ¡Pero qué andarán buscando! Han estado en todas las habitaciones de
la casa, poniéndolo todos patas arriba. ¡Es realmente horrible! Me figuro que se aprovecharon de
que todos estábamos fuera. La próxima vez que vea a Japp me las va a pagar.
— ¡Pandilla de fisgones! — gruñó la señorita Howard Lawrence opinó que tenían que
aparentar que hacían algo. Mary Cavendish no dijo una palabra.
Después del té invité a Cynthia a dar una vuelta y, sin prisa, nos dirigimos juntos al bosque.
—¿De qué se trata? — pregunté tan pronto como estuvimos a salvo de miradas curiosas,
protegidos por la cortina de los árboles.
Con un suspiro, Cynthia se quitó el sombrero y se tumbó en el suelo. La luz del sol,
atravesando los árboles, convertía su cabello rojizo en oro palpitante.