Elizabeth Well, segunda doncella de Styles, manifestó que, después de haberse ido a la cama,
recordó que había dejado la puerta principal con el cerrojo echado por dentro, y no cerrada sólo
con el picaporte, como el señor Inglethorp había ordenado. Por consiguiente, había bajado a
rectificar su error. Al oír un ligero ruido en el ala izquierda, atisbo a lo largo del pasillo y vio al
señor John Cavendish llamando a la puerta de la señora Inglethorp.
Sir Ernest Heavywether terminó pronto con ella. La intimidó de un modo tan despiadado que
se contradijo lamentablemente y sir Ernest se sentó con sonrisa satisfecha.
Annie declaró sobre la mancha de grasa en el suelo y cómo había visto al reo llevar el café al
boudoir, suspendiéndose la vista hasta el día siguiente, tras su declaración.
Camino de casa, Mary Cavendish se quejó con amargura de los procedimientos del fiscal.
—¡Qué hombre más odioso! ¡Qué red le ha tendido a mi pobre John! ¡Cómo retorcía los
hechos hasta hacerles adquirir un sentido distinto!
—Bueno —la consolé—, mañana será otra cosa.
—Sí —dijo Mary, pensativa de pronto bajó la voz—. Señor Hastings, usted no creerá que...
¡oh, no, no puede haber sido Lawrence, no, no puede haber sido él!
Pero yo mismo estaba desconcertado y, tan pronto como me reuní con Poirot, le pregunté qué
sería lo que intentaba sir Ernest.
—¡Ah! —repuso Poirot con admiración—. Es un hombre muy hábil ese sir Ernest.
—¿Creerá culpable a Lawrence?
—Opino que no cree en nada ni le importa nada. No, lo que pretende es sembrar la confusión
en el Jurado, que la opinión esté dividida respecto a cuál de los dos hermanos lo hizo. Está
tratando de demostrar que hay tantas pruebas contra Lawrence como contra John, y no digo que no
lo consiga en algún momento.
Al reanudarse la vista de la causa, el primer testigo requerido fue el detective inspector Japp,
quien prestó declaración sucinta y brevemente. Después de relatar los anteriores acontecimientos,
continuó:
— Actuando de acuerdo con información recibida, el superintendente Summerhaye y yo
registramos el cuarto del acusado, aprovechando su ausencia de la casa. En la cómoda, debajo de
unas prendas interiores, encontramos: primero, un par de quevedos con montura de oro,
semejantes a los que usa el señor Inglethorp —presentó los quevedos—; el segundo, este frasco.
El frasco era el que ya había reconocido el ayudante de la farmacia, una pequeña botella de
cristal azul con unos granos de un polvo cristalino, y que llevaba la siguiente etiqueta:
«Hidrocloruro de estricnina. VENENO.»
Los detectives habían descubierto una nueva prueba, después de la sesión ante el tribunal de la
policía. Se trataba de un largo trozo de papel secante, casi nuevo, encontrado en la libreta de
cheques de la señora Inglethorp y que, leído por medio de un espejo, decía claramente: «...de lo
que posea al morir se lo dejo a mi amado esposo Alfred Ing...» Con esto quedó establecido, sin
lugar a duda, que el destruido testamento había sido hecho en favor del marido de la difunta
señora. A continuación, Japp mostró el trozo de papel medio quemado descubierto en el hogar de
la chimenea y con esto y el hallazgo de la barba en el desván terminó su declaración. Pero todavía
faltaba el interrogatorio de sir Ernest.