—Pero la señorita Howard tendría la oportunidad de ayudarle.
—Sí, pero la señorita Howard no conocía la existencia del papel. De acuerdo con el plan
preparado de antemano, no le dirigiría la. palabra a Alfred Inglethorp. Se les suponía enemigos
irreconciliables y hasta que se sintieron seguros con la detención de John no se arriesgaron a
celebrar una entrevista. Naturalmente, yo vigilaba al señor Inglethorp, esperando que, tarde o
temprano, acabaría conduciéndome al lugar del escondite. Pero fue demasiado hábil para
arriesgarse. El papel estabaseguro donde estaba. No habiéndosele ocurrido a nadie mirar allí en la
primera semana, no era probable que lo hiciera después. A no ser por su afortunada observación,
quizá nunca hubiéramos podido entregarlo a la justicia.
—Ahora lo entiendo. Pero, ¿cuándo empezó usted a sospechar de la señorita Howard?
—Cuando descubrí que había mentido en la encuesta, al hablar de la carta que recibió de la
señora Inglethorp.
—¿Qué mentira había en ello?
—¿Ha visto usted la carta? ¿Recuerda usted su aspecto?
—Sí, más o menos.
—Recordará usted entonces que la señora Inglethorp tenía una escritura muy característica y
que dejaba amplios espacios entre las palabras. Pero mirando la fecha de la carta se ve que el «17
de julio» es completamente distinto. ¿Comprende lo que quiero decir?
—No, no comprendo — confesé.
—¿No ve usted que la carta no fue escrita el 17 de julio, sino el 7, el día siguiente de la marcha
de la señorita Howard? El «1» fue puesto delante del «7» para convertirlo en «17».
—Pero ¿por qué?
—Eso es precisamente lo que yo me pregunto. ¿Por qué la señorita Howard suprime la carta
escrita el 7 y muestra esta otra? Porque no quiere enseñar la del 7. Pero ¿por qué? Y entonces
empecé a sospechar. Recordará que le dije que es conveniente desconfiar de quienes no dicen la
verdad.
—¡Y sin embargo —exclamé con indignación—, después de eso me dio usted dos razones por
las que la señorita Howard no podía haber cometido el crimen!
—Y razones de peso —replicó Poirot—. Como que durante mucho tiempo me indujeron a
error, hasta que recordé un hecho muy significativo; que ella y Alfred Inglethorp eran primos. Ella
no podía haber cometido el crimen por sí sola, pero no había razón que le impidiera ser cómplice.
(Y además, aquel odio suyo, tan apasionado! Ocultaba un sentimiento muy diferente. No cabe
duda de que les unía un lazo de pasión mucho antes de que él se presentara en Styles. Habían
organizado ya su infame complot. Él se casaría con aquella señora rica, pero de poca cabeza, la
induciría a hacer un testamento dejándole a él el dinero y alcanzarían sus fines por medio de un
asesinato planeado con gran habilidad. Si todo hubiera salido como suponían, seguramente a estas
horas habrían dejado Inglaterra y vivirían juntos con el dinero de su pobre víctima. Son una pareja
muy astuta y sin escrúpulos de ninguna clase. mientras las sospechas se dirigían hacia él ella pudo
hacer tranquilamente toda clase de preparativos para un dénouement completamente diferente.
Llega de Midlingham con todas las cosas comprometedoras en su poder. Nadie sospecha de ella.
Nadie se fija en sus idas y venidas por la casa. Esconde la estricnina y las gafas en el cuarto de
John. Guarda la barba en el desván. Ya se encargará ella de que, más tarde o temprano, sean
descubiertos.